Cesáreo Bernaldo de Quirós, el gualeyo que pintó a la patria

Nació en Gualeguay, se capacitó en Buenos Aires y Europa, pero a la inspiración para sus obras más reconocidas en el mundo la encontró en los montes entrerrianos. En un trabajo de investigación realizado hace muchos años por Rodrigo Gutiérrez Viñuales, se detalla la vida y la obra Cesáreo Bernaldo de Quirós, apodado “el pintor de la Patria”.


Rodrigo Gutierrez Viñuales (Resistencia, Argentina, 1967) es catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Granada (España) y miembro de la Academia Nacional de la Historia (Argentina). Su línea de investigación principal es el Arte Contemporáneo en Latinoamérica. Ha impartido cursos en numerosas instituciones públicas y privadas de Europa y Latinoamérica. En un trabajo titulado “Cesáreo Bernaldo de Quirós, el pintor de la Patria”, detalla características tanto de la obra como de la vida privada del artista. Tomando ese material como fuente, MIRADOR ofrece esta semblanza de un coterráneo digno de destacar. 

Del monte entrerriano a Europa
Cesáreo Bernaldo de Quirós nació en Gualeguay el 28 de mayo de 1879, un año antes de que su padre se convirtiera en el intendente del pueblo. Se dice que el pequeño Bernaldo aborrecía la escuela y los horarios y que prefería corretear por las selvas lindantes con el pueblo y pasarse horas junto al río. Los primeros contactos directos de Cesáreo Bernaldo con la pintura se produjeron cuando llegó a Gualeguay el pintor italiano Brignole, quien había sido contratado para realizar las decoraciones del teatro y pintar, además, el techo del despacho de Don Julio Bernaldo de Quirós.

Tiempo después, siguiendo el deseo de su madre, Carlota Ferreyra, Cesáreo partió hacia Buenos Aires a fin de estudiar arte. Durante los cuatro años que permaneció en esa ciudad, se desempeñó como ayudante de Eduardo Sojo, director de la revista Don Quijote; tomó clases de pintura con los maestros como Ángel Della Valle, Reinaldo Giúdici, Ernesto De la Cárcova y el escultor Lucio Correa Morales. También pudo conocer al maestro valenciano Vicente Nicolau Cotanda, quien influyó decisivamente en la pintura en grandes dimensiones y a la ejecución de la temática gauchesca.

Quirós hizo sus primeras presentaciones durante 1898 y en 1899 obtiene, gracias a “Paisaje de Palermo”, la beca a Europa instituida por el Ministerio de Instrucción Pública. En 1900 partió hacia Nápoles, donde se instaló temporalmente para luego recorrer Europa e iniciar, tiempo más tarde, cursos de pintura en Roma. Allí es donde comenzó a delinear las que serán características de sus cuadros: la temática romántica, las tonalidades oscuras y la paulatina incorporación de la figura.

Además de pintar, el joven Cesáreo tuvo otros pasatiempos. Según él mismo escribió: “Debo declarar que lo que llegó a aquella Europa de 1900 no fue el aspirante a artista, sino la insaciable sed de vivir. Que me perdonen los grandes maestros, incluyendo Tiziano, Goya, Botticelli, Velázquez, si la presencia de una mujer me quitó los ojos de sus cuadros. La vida tiene sus deberes, pero también sus derechos, y como quiere risas y juegos la niñez, la juventud vivida es magnífica y saborea la madurez. No siento rubor al declarar que en esos primeros diez años amasó mí arte con sustancia de vida. ‘La mujer te quita cuadros’, me decía Zuloaga. No lo creía así, y hoy menos… Creo en la mujer como en mi arte mismo…”.

En 1904, al expirar la beca, Cesáreo regresó a Nápoles. Los motivos pictóricos de ese tiempo fueron los paisajes y personajes amalfitanos. En esta zona pintó “La vuelta de la pesca”, obra que, tras haber sido premiada en la Exposición Internacional de Venecia de 1905, causó honda impresión en el rey Víctor Manuel III quien solicitó conocer personalmente al artista entrerriano.

En los años siguientes nacieron sus hijos Carlotita y Mario, y al poco tiempo realizó su primer regreso a Gualeguay, sobre lo cual manifestó: “Sería muy larga esta narración si yo tuviera que hablar de cada hombre que me honró con su amistad en esa primera vuelta al terruño”.

Su primera exposición en el país fue en el Salón Costa de la calle Florida, en Buenos Aires, entre mayo y junio de 1906. A pesar de la venta de tres obras al Estado, el resultado económico no fue satisfactorio, entonces resolvió regresar a Europa. En esa oportunidad Fernando Fader, otro gran artista expresó: “Quirós es un artista argentino y para no dejar de ser artista se va a París. Ya han dicho los diarios que no hay arte argentino y el evangelio se debe respetar. Quirós será un artista argentino en París o en cualquier parte del mundo, menos en la República Argentina”.

De Europa al monte entrerriano
Luego de breve paso por Florencia, en 1907 Quirós y su familia se instalaron en Mallorca, pero el artista pasó temporadas en Cerdeña y París. De estos períodos, el que marcó en mayor medida su posterior trayectoria fue el transcurrido en Cerdeña, donde utilizó como modelos para sus lienzos a los bandidos sardos, de vida y tipo similares a sus lejanos gauchos.

En 1914, ya habiendo instalado su taller en París, Quirós debió regresar a Argentina debido al estallido de la Primera Guerra Mundial. Entre 1915 y 1918, residió en Buenos Aires, donde realizó memorables muestras.

Entre 1918 y 1919 Cesáreo Bernaldo de Quirós ultimó en Gualeguay las obras que habrían de formar parte de la muestra “De mi taller a mi selva” en el Salón Müller. Los motivos selváticos y los tipos gauchescos entrerrianos tales como “El embrujador” o “El montaraz”, fueron perfilando un fuerte sentimiento artístico que se fue plasmando sucesivamente en la década del veinte con la histórica serie “Los Gauchos”.

“Recorrí mi provincia, la de Entre Ríos, donde repentinamente me sentí conducido hacia el deseo de fijar la vida pasada, la vida guerrera y romántica de esa provincia cuya historia había sido agitada por tantas y tan grandes pasiones. El gaucho se me presentaba a cada vuelta del camino, en cada pulpería surgían recuerdos de una airosa época que llenó los campos de ecos sentimentales y de rojas banderolas. Fue como una revelación en mí sentirme con ansias de aprender una cosa determinada con imperiosa necesidad y que no se parecía en nada a lo que había aprendido, a lo que había visto. Era la naturaleza, la voz de mi tierra, la que me sugería tales magnificencias, y la única por cierto que podía remar sobre todos los momentos de mi pintura”, cuenta Cesáreo Bernaldo de Quirós en uno de los manuscritos rescatados por Gutiérrez Viñuales.

Desde 1922 y hasta 1927 se instaló en la estancia El Palmar, en la localidad de Médanos, ─propiedad de don Justo Sáenz Valiente, conocido descendiente del general Justo José de Urquiza─. Desde allí solía partir a caballo a distintos puntos de la provincia, recorría estancias, pulperías y todos los lugares donde acudiera el paisanaje. “Los Gauchos” es una serie de tipo histórica ya que Quirós recreó la vida de aquellos entrerrianos entre los años 1850 y 1870.

Entre las declaraciones más dramáticas con que contó Quirós para ejecutar sus obras, se hallan las que dieron origen a “¡Y vamos vieja!” (1923) y a “Los degolladores” (1926). La primera relata el obligado exilio de una pareja de ancianos, despojada ya de sus tierras por el avance inmigratorio europeo, y el gesto triste del hombre como diciéndole a su esposa “y, vamos vieja”. Más trágico aún fue el testimonio que originó la segunda de las obras citadas: un peligroso bandido, borracho, le confesó a Quirós que había tenido que degollar porque las balas y la pólvora eran caras. “La cabeza del cristiano degollado es muy fiera”, -le dijo- y así lo demostró el artista en el lienzo.

Fue una constante en la realización de “Los Gauchos” la utilización de modelos. Al dorso de las pinturas de la serie, salvo en pocos casos, pueden leerse, escritos por Quirós, los nombres de los paisanos y al costado pequeñas rayas verticales que indican la cantidad de veces que posaron. Este sistema servía al pintor para pagar a sus modelos, una costumbre que había iniciado en 1910 al realizar “Carrera de sortijas en día patrio”.

El 17 de agosto de 1928, en la Asociación Amigos del Arte, se inauguró la exposición de “Los Gauchos” y se convirtió en el acontecimiento cultural más importante del año. Las miradas asombradas ante tanta fuerza creadora y argentinismo convirtieron pronto a Cesáreo en la bandera del arte nacional. De ello se encargó el mismísimo Leopoldo Lugones, quien declaró durante el homenaje al artista realizado el 9 de septiembre en el Teatro Cervantes: “Queremos que los veintitantos cuadros de la obra actual de Quirós queden juntos en el país y lo señalaremos como un gran acto del gobierno… Así lo deseamos para tener algo que mostrar a los extraños, en plenitud de belleza”.

Entre los años 1929 y 1933 la serie de “Los Gauchos” fue expuesta en los centros artísticos más importantes de Europa y de los Estados Unidos. En Estados Unidos quedaron varios magníficos retratos realizados a damas de la aristocracia norteamericana. En las obras de este período hay dos particularidades muy originales: el predominio del color anaranjado, muy distante de los marrones de Amalfi, de los azules de Mallorca y de los verdes y rojos federales de su Entre Ríos natal; y la utilización casi exclusiva del hardboard que terminó con la supremacía del lienzo.

Hacia 1938 y hasta 1944 Cesáreo Bernaldo de Quirós se instaló en el Puerto Viejo, lugar donde se dieron los asentamientos originales de la ciudad de Paraná. Residió a orillas del arroyo Antoñico, donde desarrolló obras con motivos arquitectónicos del lugar. En momentos de depresión solía pintar bodegones, naturalezas muertas y otras composiciones de interior.  Luego, hastiado de la vida de aquel antiguo barrio de pescadores, buscó nuevos horizontes para su pintura y los halló no muy lejos, también a orillas del Paraná en las barrancas del paraje denominado El Brete.

El 29 de mayo de 1968, dos días después de haber cumplido 98 años, Quirós falleció en Vicente López. Para ese entonces, ya había donado sus obras a la Nación Argentina, por lo que fueron expuestas durante casi treinta años en salas capitalinas y del interior.


Sabina Melchiori

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