El general José Gervasio Artigas tenía una manía: se llamaba democracia. Cada vez que debía tomar una decisión importante convocaba al pueblo o a sus representantes para obtener sus pareceres. Así se produjeron los congresos de Abril, Tres Cruces y Peñarol, o las asambleas de La Paraguaya, de la Panadería de Vidal y de Ábalos (después de la derrota en Tacuarembó, ya en el final de su carrera política), entre unos cuantos más. Recordemos sus palabras: “Mi autoridad emana de vosotros y está cesa ante vuestra presencia soberana”. Y así era nomás, unidad de palabras y acción.
El artiguismo se reúne como siempre y esta vez le toca hacerlo en la capital entrerriana. Es el 29 junio de 1815 y la historia reconocerá ese encuentro como Congreso de Oriente o Congreso de la Liga de los Pueblos libres, o de Concepción del Uruguay o del Arroyo de la China.
No era la primera vez que Artigas estaba en Concepción del Uruguay, ya la había visitado bajo las órdenes del comandante realista Michelena y también en su travesía inaugural hacia los brazos de la Junta Revolucionaria de Mayo. De Buenos Aires volvió con más promesas que recursos, pero poco después llegó para colocarse bajo las órdenes de Manuel Belgrano que andaba por estos lares, sacudiéndose las heridas de su campaña al Paraguay y, unos pocos meses más tarde, Artigas eligió la vera del Arroyo de la China para acampar con su gente en pleno repliegue a esta costa. Buenos Aires no se lo permitió en virtud del acuerdo inconsulto alcanzado con Elío, por el cual entregó Gualeguaychú y Concepción del Uruguay al Virrey. Y entonces será a la orillita del Ayuí donde Artigas localizaría a sus comprovincianos. Era el éxodo, era la Redota.
Pero ahora volvamos a 1815. No solo la ciudad del Uruguay se encuentra bajo su protección, sino Entre Ríos y el litoral todo. Delegados de las provincias artiguistas deliberan sobre la futura organización nacional. “Poco se sabe de lo tratado en esta reunión, que no llenó, sin duda, el objetivo de Artigas”, dice el maestro Jesualdo en su obra “Artigas: del vasallaje a la Revolución”. Pero el punto central del debate, o el único –nos dicen los ensayistas serios– será la comisión que envía a Paysandú el director supremo Álvarez Thomas. Los señores Blas Pico y Francisco Rivarola ofrecen un pacto de no agresión. Todo hombre tiene precio piensa Buenos Aires y Artigas no puede ser la excepción. Le proponen al caudillo algo tan simple como efectivo, que ni el mismísimo oriental podrá rechazar: “Vos quedate con la Banda Oriental, si querés, pero en serio, toda para vos. Hacete un paisito propio, llámalo República Oriental si te gusta. Lo que quieras, eso sí, que Entre Ríos y Corrientes decidan por su cuenta lo que quieran hacer”; es decir, quedan para nosotros. “Ni por asomo” rugió el Protector, sorprendido por la propuesta. He allí una muestra de la claridad del pensamiento político de Artigas: A él ni se le ocurría dividir el país.
Hay que entender que cada referencia que hizo a la independencia de las provincias, habló siempre de autonomía o de independencia nacional. Pensaba en la libertad de todas las provincias, no en la de la Banda Oriental. Les ofreció entonces a los delegados porteños el conocido “Tratado de Concordia entre el Ciudadano Jefe de los Orientales (él mismo, se entiende) y el Gobierno de Buenos Aires”. En su artículo primero establecía claramente que “la Banda Oriental está en pleno goce de toda libertad y derechos, pero queda sujeta desde ahora a la Constitución que organice el Congreso general del Estado legalmente reunido, teniendo por base la libertad”. Es decir, que manteniendo su autonomía provincial se sometía a la Constitución aún antes de que se dictara, pero exigiendo como primera condición ser libres. Ese era su precio, pero los intereses portuarios no lo pudieron o no quisieron entender nunca.
A esta altura el nuevo director supremo Carlos María de Alvear y su ministro Manuel García ya habían ofrendado el país alegremente a Inglaterra. Con tal de quitarse el caudillismo de encima, en Buenos Aires eran capaces de ofrecer el desgajamiento del país: “Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés”. Y en un par de años invitarían a los portugueses –tal cual había hecho el virrey Elío– a manducarse la Banda Oriental. Esa acción culminará en la formación de la Provincia Cisplatina brasilera. Don Arturo Jauretche sintetizará muchos años después, estas actitudes políticas de nuestros próceres escolares en una de sus más recordadas zonceras: “El mal de los argentinos es la extensión”.
Pero nuestro general no se resigna. El Congreso de Oriente decidió enviar una comisión a Buenos Aires para firmar la paz. El director Álvarez Thomas no los recibió, peor que eso, los confinó en el barco Neptuno y cuando un subalterno se dignó en atenderlos fue para ofrecerles nuevamente la independencia definitiva de la Banda Oriental. Barreiro, Cossio, Cabrera y Andino refutaron: “La Banda Oriental entra en el rol para formar el Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata… Toda provincia tiene igual dignidad e iguales privilegios y derechos y cada una renunciará al proyecto de subyugar a las otras”. Insistió Buenos Aires y redobló la apuesta: “ambos territorios y gobiernos serán independientes el uno del otro; el Paraná será la línea de demarcación que los distinga”, según consigna Carlos Machado en su “Historia de los orientales”.
No hubo acuerdo. ¿Qué le pasa a este tipo? ¿Qué más quiere? Los héroes que conocimos en el Billiken no pueden comprender que José Gervasio Artigas es independentista, no separatista y que esas propuestas son indecentes. Los historiadores liberales desdibujan el Congreso de Oriente, lo ignoran, le hacen pito catalán, le restan trascendencia. No es mucho lo que podemos esperar de quienes han transformado a Artigas en uruguayo y extranjero y a la Banda Oriental en República.
“Nuestro Congreso de Arroyo de la China había ya declarado la independencia nacional. Pero al igual que los títulos y los récords de algunos deportistas, esa declaración no había sido homologada por los dirigentes de Buenos Aires y, por lo tanto, es nula y carece de valor”, sostiene el sorprendente historiador Salvador Ferla. Si bien no se conservan todas las actas –¿casualidad?–, se sabe que el diputado enviado por Santa Fe arribó con instrucciones muy similares a las rechazadas en el año XIII. Repasemos la primera de ellas tomada de las enviadas por Artigas al Paraguay el 13 de abril 1813 (www.bibliotecadeartigas.com): “Primeramente pedir la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas absolutas de toda obligación de fidelidad a la corona de España y Familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el estado de la España, es y debe ser totalmente disuelto”6. Es cierto, nada prueba que las hayan tratado, pero nada nos hace pensar lo contrario. Y será casi un año después, en julio de 1816, cuando el otro Congreso, el de Tucumán, delibere declarándonos “Nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, al mismo tiempo que los portugueses arrasaban con nuestra Banda Oriental y saqueaban las costas entrerrianas con el aval de Buenos Aires”.
Enterado del hecho, Artigas, el 24 de julio de 1816, se comunica con el Director Pueyrredón para espetarle: “Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V.E. presente al Soberano Congreso para su Superior conocimiento”. En buen romance le ésta señalando: “¿Me viene con eso de la Independencia a mí? Nosotros, entre guerra y guerra ya la declaramos. ¿Ustedes, por qué tardaron tanto, ustedes?”.
“Nuevamente se comete un crimen nacional. Llamar a los portugueses e invadir la nación es en la conciencia popular de entonces el crimen de los crímenes. Y esta simultaneidad no es casual. El Congreso estaba destinado a cohonestar la invasión y formalizar nuestra adscripción a la monarquía lusitana”, dice Ferla. Las actas secretas del Congreso de Tucumán serán publicadas en 1926, ¡110 años después! Hasta entonces se ocultó que el agregado promovido por el diputado Pedro Medrano el 21 de julio de 1816 para que se incorpore a la fórmula del juramento aquello de “…y toda otra dominación extranjera”. El rumor de entregar estas provincias a Portugal no era solo un rumor, Medrano, con Godoy Cruz, San Martín y Belgrano en las sombras boicotearon esa posibilidad.
¿Quiénes habrán sido los políticos, funcionarios, burócratas, historiadores, que conociendo este hecho vergonzoso no lo publicaron? ¿Qué fuerzas poderosas y ocultas han hecho doblar la cerviz de honestos trabajadores de la historia para mantener en el subsuelo del conocimiento, por más de un siglo esta ignominia? El enorme periodista Tomás Eloy Martínez fue claro y preciso: “Siempre es el poder el que construye la historia, porque los documentos siempre están en manos del poder y lo que no está escrito no es historia. El poder nos escamotea el pasado, no nos permite que la historia sea nuestra”. Y con el Congreso de Concepción del Uruguay sucedió esto, fue escondido, relegado, disimulado, olvidado debido a su carácter republicano, democrático y federal.
Jorge Villanova
Profesor de Historia e integrante de la Junta Abya Yala por los Pueblos Libres