En la poesía entrerriana abundan versos inspirados en los ríos. En este tiempo de quedarse en casa, seleccionamos cinco poemas para disfrutar del paisaje a través de la lectura.
La imagen que ilustra la publicación es «Lanchas de reparto»del artista plástico Carlos Castiglione.
El río (Juan L. Ortiz)
El río,
y esas lilas que en él quedan…
quedan…
No se morirán esas lilas, no?
Y ese olvido que es, acaso, el de
unas hierbecillas
que no se ven…
Pero qué rosas se secan, repentinamente,
sobre las lilas,
en el hijo de las diecisiete,
entre la enajenación del jardín
y la ligereza de las islas, allá, para sugerir hasta los iris
de lo imperceptible que huye?
Oh aparición de Octubre
abismándose en un aire que quisiese de lilas,
solo de lilas,
para no ver el minuto
de que no saben, probablemente, por ahí
unas briznas…
Río cantor (Jorge Enrique Martí)
Uruguay, río cantor,
coplero de madrugada
y artesano del paisaje
en el espejo del agua,
de azul lunado en la noche,
de azul rosado en el alba,
a la siesta de azul oro
y a la tarde de azul malva.
Como un amigo fluvial
desde niño me acompañas
con tu correntada en flor
por las riberas del alma
y vas pintando en mis ojos
adonde quiera que vaya.
Uruguay, mi viejo río,
yo no soy el que te canta,
eres tú quien acaricias
las cuerdas de mi guitarra
y con silbos de zorzales
y gorjeos de calandrias
escribes todos mis versos
en el cielo de tus aguas,
de azul lunado en la noche
y azul rosado en el alba.
Puma bermejo (Juan Manuel Alfaro)
“Augusto Paraná”, puma bermejo.
Vuelve en el verso antiguo tu andadura
marrón, que en luz barrosa y oros viejos
distiende el arenal. ¿Siente tu hondura
el temblor de la orilla en los reflejos
de los últimos rojos? ¿Qué perdura
de los lilas distantes de tu espejo
en tu caudal de transparencia oscura?
¿Qué de los vagos ocres otoñales,
de los celajes púrpuras y añiles,
del verdor de las islas matinales,
para el azul final? Con qué sutiles
tonos, también de mi alma algún reflejo
llevas en tu color, puma bermejo.
La casa del pez – fragmento (Juan José Manauta)
El río ha bajado hasta la casa del pez,
en la barranca.
El paisaje desciende humilde y pálido,
enhebrado en la primavera no lejana.
Hemos mirado los ranchos color tierra,
ranchos naidos, perdidos en la luz y en los sauces.
Los peces se han ido y alguien ha venido anunciando
la pobreza de aquí que nos pertenece
y que no habíamos olvidado por ser nuestra.
¿Qué quieren decir todas esas palabras inventadas:
lo interminable y lo lejano?
¡Ah! No han visto la vida
los que hablan de las cosas dolientes e invertebradas.
Yo llamo a los peces ausentes
porque ahora su casa es mía
y puedo sentirme pobre como el río y el ceibo
¿De qué hablan esos? ¿De qué ciudades?
¿Han visto el dolor, crecer, vivir, escondido?
Ah sí, es necesario buscarlo de tan claro y profundo,
de tan cotidiano y real, es necesario buscarlo
y no cantarlo ─sería injusto─,
morderlo, arañarlo, cuando el río baja hasta la casa de los peces.
Mi casa, mi casa, dirán ahora
cuando vengan las estrellas a llevárselos,
cuando vengan a romper el agua,
mi casa, que estaba en el río y marchaba con él.
La vuelta al hogar – fragmento (Olegario Víctor Andrade)
Todo está como era entonces,
la casa, la calle, el río.
Los árboles, con sus hojas
y las ramas con sus nidos.
Todo está, nada ha cambiado.
El horizonte es el mismo.
Lo que dicen esas brisas
ya otras veces me lo dicho.
Ondas, aves y murmullos
son mis viejos conocidos.
¡Confidentes del secreto
de mis primeros suspiros!
Bajo aquel sauce que moja
su cabellera en el río.
Largas horas he pasado,
a solas con mis delirios.
Las hojas de esas achiras
eran el tosco abanico,
que refrescaba mi frente
y humedecía mis rizos.