Evaristo Carriego, el poeta paranaense inmortalizado por Jorge Luis Borges

Evaristo Francisco Estanislao Carriego nació en la ciudad de Paraná, el 7 de mayo de 1883. Hijo del abogado y periodista del mismo nombre que tuvo una gran actuación después de la Batalla de Caseros.

Durante su niñez la familia se trasladó a Buenos Aires, al barrio de Palermo. Desde joven vivió el clima de las tertulias literarias porteñas, en las cuales gravitaban Rubén Darío y Almafuerte.
Se vinculó a la revista anarquista La Protesta y a otras publicaciones como Papel y tinta, Idea, Caras y caretas y otras. Allí dio a conocer también sus poesías y cuentos breves, que pintaban la vida del suburbio.

Su único libro de versos editado en vida, Misas herejes, apareció en 1908. Adquirió cierta fama con los poemas, pero no pudo disfrutarla ya que murió el 13 de octubre de 1912 a la edad de 29 años.

Dejó una obra de teatro, Los que pasan, estrenada en el Teatro Nacional poco después de su desaparición. En El alma del suburbio y La canción del barrio, publicados póstumamente, aparecen todos los arquetipos que constituirán su mitología personal y porteña tanguera, donde se destacan los guapos, los cafés, las esquinas…

Jorge Luis Borges, que fue su gran admirador, escribió en 1930 un interesante ensayo sobre su vida y obra titulado Evaristo Carriego. No es solamente la biografía de un poeta olvidado; en realidad, el gran escritor argentino utiliza su existencia para recrear el suburbio porteño de principios del siglo pasado, un rescate del arrabal y el tango.

En uno de sus capítulos, Un posible resumen, Borges habla y condensa –como sólo él podía hacerlo– la importancia del poeta paranaense en la literatura argentina: “Carriego, muchacho de tradición entrerriana, criado en las orillas del norte de Buenos Aires, determinó aplicarse a una versión poética de esas orillas. Publicó, en mil novecientos ocho, Misas herejes: libro despreocupado, aparente, que registra diez consecuencias de ese deliberado propósito de localismo y veintisiete muestras desiguales de versificación: alguna de buen estilo trágico –Los lobos–, otra de sentir delicado –Tu secreto, En silencio–, pero en general invisibles. Las páginas de observación del barrio son las que importan. Repiten la valerosa idea que tiene de sí mismo el suburbio, gustaron con entero derecho. Tipo de esa manera preliminar son El alma del suburbio, El guapo, En el barrio.
Carriego se estableció en esos temas, pero su exigencia de conmover lo indujo a una lacrimosa estética socialista, cuya inconsciente redacción al absurdo efectuarían mucho después los de Boedo. Tipo de esa manera segunda, que ha usurpado hasta la noticia de las demás, con afeminación de su gloria, son Hay que cuidarla mucho, hermana, mucho, Lo que dicen los vecinos, Mamboretá.
Ensayó después una manera narrativa, con innovación de humorismo: tan indispensable en un poeta de Buenos Aires. Tipo de esa manera última –la mejor– son El casamiento, El velorio, Mientras el barrio duerme. También, a lo largo del tiempo, había anotado algunas intimidades: Murria, Tu secreto, De sobremesa.
¿Qué porvenir el de Carriego? No hay una posteridad judicial sin posteridad, dedicada a emitir fallos irrevocables, pero los hechos me parecen seguros. Creo que algunas de sus páginas –acaso El casamiento, Has vuelto, El alma del suburbio, En el barrio– conmoverán suficientemente a muchas generaciones argentinas.
Creo que fue el primer espectador de nuestros barrios pobres y que, para la historia de nuestra poesía, eso importa. El primero, es decir el descubridor, el inventor. Truly I loved the man, on this side idolatry, as much as any”.


Salvador Arzak

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