En junio de 2019, con la muerte de Hilda Isabel Gorrindo Sarli, tal como se la inscribió en su nacimiento un 9 de julio de 1929 en su Concordia natal, se extingue el perfil de la popular Isabel Sarli y, fundamentalmente, desaparece “La Coca”, aquella diosa y pionera del cine erótico local de profundo e imperecedero arraigo popular que la llevó a convertirse casi en una de las definiciones de lo argentino. Hoy, Sarli integra ese firmamento de iconografía barrial donde pueden estar también las imágenes de Maradona o Gardel, pero donde ella será por siempre dueña de una sensualidad que despertó en su tiempo tantas pasiones como polémicas.
Sus inicios en el cine fueron con el mismo escándalo que la acompañó en casi toda su labor profesional para la pantalla grande y también en la lente del hombre que amó. Con dirección de Armando Bó, el 2 de octubre de 1958 en el cine Gaumont se estrenaba El trueno entre las hojas, película escrita por Augusto Roa Bastos que adaptaba su cuento «La hija del ministro». Fue un éxito instantáneo que la catapultó al estrellato y a una primera escena de desnudez para el cine argentino que fue pura provocación para los parámetros de la época y que –solía señalar la actriz– rodó engañada pensando que iba a aparecer con una malla color carne y lejana en virtud de la distancia de cámara. «Después supe que había acercamientos y aumentos», siempre se la escuchaba decir sobre ese primer desnudo frontal para un personaje del que la crítica de su tiempo dijo que «justifica muy poco su absurdo papel» y para el cual Armando Bó, para convencerla, había llevado a Isabel Sarli a ver Un verano con Monika, de Ingmar Bergman.
Así como la crítica la rechazó y la censura se encarnizó con ella, el público la acompañó desde un primer momento y Bó continuó la senda de El trueno entre las hojas con Sabaleros, la siguiente película que devolvió a la dupla al ambiente obrero de su ópera prima concretando el rodaje en las costas de Berazategui. Tras filmar una escena de violencia con Alba Mujica en las fétidas aguas, Sarli fue internada tras contraer hepatitis. «Entre los paraguayos la sentimos siempre muy cercana –confirma el presidente de la Cinemateca del Paraguay, Hugo Gamarra Etcheverry–. Por ser la bomba sexual que apuró la pubertad cinéfila de toda una generación. Por su declarado amor por el Paraguay y por encarnar uno de los mitos primigenios de nuestro querido Augusto Roa Bastos. Y porque esas películas suyas y de Armando Bó como El trueno entre las hojas; La burrerita de Ypacaraí e India nos descubrieron cinematográficos paisajes del Paraguay que se confundían febrilmente con la geografía exuberante de su propio cuerpo. Premiada por nuestro Festival con el Panambí Honorífico, Isabel Sarli es parte insoslayable de la historia feliz que une a mi país con la Argentina», confirma al otro lado del teléfono el también presidente del Festival Internacional de Cine, desde Asunción.
Isabel Sarli jamás pensó ser estrella de cine: había estudiado para ser secretaria bilingüe y su vida comenzaría a cambiar cuando fue elegida Miss Argentina, en 1955. Curiosamente, el ganar ese concurso observaba como premio la posibilidad de trabajar en la pantalla grande de la mano de los Mentasti para el poderoso sello cinematográfico Argentina Sono Film. Nada de eso sucedería hasta que Armando Bó se cruzó en su vida en un programa de TV en el que Sarli debía coronar a su sucesora en el certamen de belleza, Dorys del Valle. Bo y la intérprete no se separarían durante un cuarto de siglo, si bien Sarli tuvo un matrimonio anterior del cual nunca quiso develar más detalle que el hecho de que su única razón de ser fue escapar de su controladora madre de origen napolitano, María Elena Sarli, único sostén familiar luego de la partida del padre.
India y La burrerita de Ypacaraí exacerbarán el exotismo insinuado en sus primeros roles; con Favela (1961) cambiará de escenario: de Paraguay se mudará a Brasil. En Setenta veces siete, (1962) será la primera vez que Isabel acepte ser dirigida por otro realizador: «Ya que iba a hacer una película con un intelectual como Leopoldo Torre Nillson dije: ‘desnudos no’, pero cuando la vendieron a los Estados Unidos incluyeron a una doble para desnudos, y gran escándalo se armó, con abogados y todo». Isabel ya era tapa de la revista Time y de Life y esa fama siguió en ascenso en los Estados Unidos, donde fue contratada por Columbia Pictures. Un afiche de los estudios incluye su nombre en orden alfabético donde aparecen desde Woody Allen a Robert De Niro y hacia el final de esa impactante lista brilla Isabel Sarli, asociada a la división internacional junto al eterno coprotagonista y director de sus films. Como ejemplo de su fama norteamericana vale anotar que Fuego (1968) exhibida en el Rialto de Manhattan y en otras 82 salas de Estados Unidos, recaudó a su estreno en ese país, en 1970, una cifra cercana al millón de dólares.
Pero en la Argentina películas como Lujuria tropical (rodada en Venezuela en 1963), La diosa impura (1964, rodada en Brasil y México), o La mujer del zapatero (1965) provocaban el frenesí del público y el rechazo de la crítica. El crítico Jaime Potenze señalaba en La Prensa sobre este film: «El único interés que presenta es el relativo a descubrir algún diálogo en que la imagen y sonido combinen». Enojado, Armando Bó fue a buscarlo a las oficinas de la revista Criterio –rememoraba cierta vez a este cronista el historiador Carlos Floria, testigo del intercambio entre ambos– pero, advertido de que el realizador subía furioso por el ascensor, el crítico escapó raudamente por las escaleras.
La trayectoria de Isabel Sarli continuó sin pausas ni fronteras, de los Estados Unidos y Francia a Japón, China o el continente africano, donde rodó La diosa virgen, y en todas las latitudes era famosa: «Anécdotas hay millones: mi papá acompañó a Isabel y Armando, porque eran muy amigos, al rodaje de La diosa virgen en Sudáfrica», rememora Alejandro Sammaritano, director del Cine Club Núcleo fundado por su padre, el recordado Salvador Sammaritano. «Ellos volvieron a Buenos Aires de ese viaje el mismo día en el que Perón volvía a la Argentina. Ella, que siempre amó a los animales, se trajo un monito de contrabando y como el avión bajó en El Palomar no tuvieron que hacer ningún control aéreo y salió feliz con el animalito». Durante la filmación, Armando siempre se divertía asustándola en el medio de la selva, hasta que una vez tomó un sendero lateral sin saber que el día anterior allí un cocodrilo había devorado a un baqueano.
Con admiradores por todo el mundo, sin embargo, en la Argentina los problemas con la censura eran ya para una antología. Una mariposa en la noche significó que un tren que tomaba la protagonista en el campo argentino culminaba su recorrido, sin escalas, en París. Debieron pasar años y el estreno de una película como Carne sobre carne, el documental que Diego Curubeto realizó con las decenas de escenas censuradas que Isabel resguardaba en su casa, para conocerse que la continuidad era otra e incluía a su marido en esa ficción vestido de novia, preparado parar casarse con otro señor en una fiesta animada por drag queens. Demasiado para una Argentina que en 1977 estaba sumida en plena dictadura y con el Ente de Calificación Cinematográfica funcionando en todo su funesto esplendor.
Luego de Una viuda descocada y una pausa de quince años en el cine tras la muerte de Armando Bó, Isabel Sarli volverá con un papel a su medida en La dama regresa, de Jorge Polaco. Ciertas constantes de sus clásicos de la pantalla se repiten, como el intendente del pueblo y la venganza ante quienes la humillaron. Para el mismo director hará una aparición especial en Arroz con leche siendo su despedida del cine Mis días con Gloria de Juan José Jusid, en la que compartió cartel con su hija del corazón Isabelita, adoptada igual que su hijo Martín.
Entre medio, a fines de los noventa, volvió a tomar contacto con el público en la obra Tetanic, siendo la primera vez que actuó en el teatro de revistas. En 2008 recibió el homenaje del Festival de Cine de Mar del Plata y dos años más tarde fue objeto de una retrospectiva organizada por el Lincoln Center en Nueva York. Distinguida como «Personalidad destacada de la cultura de la Ciudad de Buenos Aires»; fue nombrada también embajadora de la cultura popular argentina, como una forma de reconocerla y ayudarla en sus últimos años. Alejada de las cámaras y con una salud progresivamente en declive se refugió en su mundo privado, con su enorme cantidad de perros, gatos, tortugas y papagayos pero, sin embargo, aceptó participar de una entrevista que pidió realizarle el aclamado John Waters en su visita a la Argentina cuando participó del Bafici en 2018.
Con su natural mezcla de candidez en la vida cotidiana y desparpajo en la pantalla grande Isabel Sarli construyó un imagen poderosa que la convirtió en un inequívoco icono argentino y que sólo encontró en los años 60 una rivalidad un tanto construida con Libertad Leblanc. El erotismo, hoy casi naïf de su cine permitió que se consagrara como el mito sexual más grande que brindó nuestra pantalla. En un mundo contemporáneo dominado por cuerpos moldeados a voluntad, el recuerdo de Isabel Sarli será por siempre el de una actriz ante todo auténtica en cuerpo y alma y que representó un único y largo papel en el cine, el de la inocente joven que siempre quiso ser buena.
Pablo De Vita
Fuente: La Nación