Jonathan Fantin: El señor de los pájaros

Con el típico andar sereno de pueblo a la hora de la siesta, Jonathan Fantin, Joni para todo el mundo, viene a mi encuentro; habíamos quedado en juntarnos en el viejo cartel de Urdinarrain del paseo La Estación, en el primero, a la vera de las vías del tren. A lo lejos, parece venir solo, aunque por momentos frena, mira hacia el cielo y comienza a emitir un sonido agudo, potente, repetitivo… una suerte de silbido como si estuviera llamando a alguien que se escucha a la distancia y se entrevera con el murmullo y los gritos de alegría de unos chicos que juegan en el parque.

A medida que se acerca, su soledad se desvanece: unos cuantos gurises que no le llegan a la cintura lo rodean y lo miran admirados al notar una presencia insospechada: dos cardenales, con sus copetes bien colorados, le revoletean a su alrededor y acompañan sus pasos. Desde hace más de un año los adoptó y hoy son sus mascotas, sus amigos con alas, como él los define.

Joni es empleado municipal, tiene 31 años y se hizo popular por llevar a la escuela a sus hijos en bicicleta con Loquito y Viejito en sus hombros, dos cardenales que rescató de un campo de Costa San Antonio, a unos 25 kilómetros de Urdinarrain.

En un día de tormenta, el nido cayó de un árbol y los pichones quedaron a merced de la lluvia y el viento. Por el tamaño, hacía poco que habían salido de sus cascarones. No iban a sobrevivir por sí solos, pero el destino quiso que sea Joni quien los encuentre.

También nativo de Costa San Antonio, cerca del Río Gualeguay, Joni decidió rescatarlos y llevarlos a Urdinarrain donde hace varios años está radicado junto a su mujer, sus tres hijos y dos perros.

No era la primera vez que llevaba pajaritos a su casa. Una vez regresó de un campamento con dos cardenales también que no habían sido alimentados por días, pero terminaron muriéndose a los pocos meses. Supone que el error fue haberlos tocado. Por eso, con Loquito y Viejito actuó diferente: Los colocó junto con pan y agua en un fuentón, les dio de comer cada tres horas y no los agarró ni acarició durante seis meses.

“Sabía que si los dejaba no iban a sobrevivir. Eran muy chiquitos; de hecho, tenían todavía los ojitos cerrados y muy pocas plumas amarronadas. Me di cuenta enseguida de que eran cardenales. Por eso, no lo dudé ni un segundo: los levanté y me los traje a casa. En todo momento les hablaba, les decía que se tenía que poner fuertes. Así pasaron los días hasta que crecieron y cambiaron de color sus copetes: de marrón a rojo. Siempre les hablé. Muchos me decían que estaba loco, pero sentí la necesidad de hacerlo y creo que ellos me comprendían lo que les decía. Aprendí que cuando uno habla el idioma del corazón, hay entendimiento, sino cómo se explica que muchos les hablen a sus perros o gatos… Bueno, yo hablo con los pájaros”, asegura Joni con una sonrisa de oreja a oreja, mientras los cardenales lo miran atentamente reposados en su hombro derecho.

El día a día de los Fantin
«La vida diaria con dos aves sueltas en la casa –confiesa Joni– no es fácil y tengo que estar siempre atento. A veces intentan seguirme, cuando sal-go solo o con la familia y no siempre los puedo llevar. Por eso tengo, o tenemos, que salir rápido y cerrar la puerta porque todavía son pichones y necesitan cuidado. Lo más lindo es cuando llegó: al igual que mis hijos, o los perros, vienen a mi encuentro, pero ellos intentan llamar mi atención haciendo diferentes sonidos. Y basta que me siente a descansar un rato para que se vengan los dos a mi hombro a picotearme la oreja».

Loquito y Viejito viven intensamente su relación con su padre adoptivo. Se puede notar a simple vista que lo reconocen y que no le temen: le revolotean, se esconden detrás de su espalda, lo acompañan, comen de su mano y se le posan sobre el mate para picotear la yerba. Aunque para el resto de los mortales estas situaciones parezcan increíbles e insólitas, para la familia Fantin son imágenes habituales.
Movedizos, ágiles y vivaces, Loquito y Viejito son muy cantores. En forma de gorjeos o silbidos, sus cantos son fuertes y muy agradables, y se asemejan a los sonidos que brotan de una flauta. Pero ambos prefieren la intimidad del hogar para mostrar sus dotes: “Suelen hacerlo, pero adentro de casa, donde reconocen la zona y a sus habitantes. Lo intenté delante de otras personas, pero no pude lograrlo, no quieren –dice con cierto dejo de alegría–, tal vez sea un privilegio que tengo o una forma de demostrarme agradecimiento, vaya uno a saber”.

Las pruebas irrefutables de que cantan, y muy bien, son los videos que Joni graba junto a ellos, un trío pocas veces visto y que demuestra que son felices haciéndolo juntos. También tienen interacción con los otros miembros del clan: hay un video sorprendente que ya se está haciendo viral con Loca, una perra negra de buen porte, llevándolos en el lomo.
En el pueblo ya es normal verlos a los tres por la calle. Los cardenales ya se acostumbraron a ver gente y se dejan tocar. “A los gurises que se animan se los pongo sobre los hombros, siempre y cuando no hagan movimientos bruscos que los asuste. Es hermoso verles las expresiones de sus caritas, una mezcla rara entre miedo, alegría, emoción, nerviosismo… Son muy compañeros: vamos juntos a hacer las compras, a pasear por el parque, a llevar a los chicos a la escuela hasta a hacer deportes –se ríe–. Un día salí a correr y se quedaron mansos en el hombro mientras transpiraba un rato», dice Joni.

Loquito y Viejito conviven en armonía, no solo con los Fantin, sino con el resto de los vecinos de Urdinarrain, pero Joni sabe que algún día se pueden llegar a ir. «No entiendo como hay personas que pueden tener encerrado a un pájaro en una jaula. La naturaleza los dotó de alas para que puedan volar y ser libres. Así pienso y así lo siento. Por eso soy consciente que, en algún momento, cuando aprendan a desplegar sus alas por completo, puede ser que se vayan y no regresen más. Mientras tanto, mi idea es cuidarlos y disfrutarlos. Ojalá que no se quieran ir nunca, pero son ellos los que tomarán la decisión. Si me preguntás a mí qué es lo que quiero, te digo que me gustaría que vuelen, que se vayan, pero que, de vez en cuando, vuelvan a visitarme, pero sé que eso es muy difícil que suceda”, afirma Joni con voz quebrada y ojos melancólicos que evidencian sus sentimientos hacia los dos cardenales.

Así de increíble es esta historia, el destino los cruzó y el tiempo los unió. Los tres hablan el mismo idioma, como dijo Joni, el del corazón.



Juan Fernández

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