Ana María Michel, la oma que cocía pan en las barrancas de un arroyo

A pesar de que el país ya contaba con una Ley que regulaba la inmigración y la colonización en el territorio nacional, para la gran mayoría de los inmigrantes que llegaron a Argentina hacia fines del 1880, los primeros años no fueron nada fáciles. La provincia de Entre Ríos fue escenario de muchas historias de esperanza, esfuerzo y tesón. El pan comunitario cocido en las barrancas del arroyo San Antonio es una de tantas.

Aldea San Antonio, en el departamento Gualeguaychú, fue fundada en 1889 por inmigrantes alemanes que llegaron desde la zona del bajo Volga, en Rusia. Primeramente, al llegar al país, se instalaron en Aldea Protestante, una aldea también fundada por inmigrantes alemanes del Volga, pero que habían llegado al país unos años antes, durante la Presidencia de Nicolás Avellaneda. Al notar que las tierras a disposición no eran tantas y que trabajando como peones o arrendando campos no progresarían, decidieron aceptar la propuesta de un estanciero de la zona de Gualeguaychú y comprar su campo.

Demoraron un mes en llegar desde la zona de Diamante a Gualeguaychú, ya que el tren finalizaba su recorrido en Rosario del Tala. Desde allí, debieron continuar su viaje a pie, con sus carros y algunos caballos. En su recorrido, se encontraron con el río Gualeguay demasiado crecido, de modo que debieron confeccionar una balsa con unos barriles para llegar a la otra orilla. Llevaban pertenencias indispensables, tarros con chucrut y lo fundamental para cuando sentían flaquear la fuerza del espíritu: la Biblia.


La oma
El 11 de noviembre de 1939, el diario El Argentino, de Gualeguaychú, publicó una serie de entrevistas a vecinos de las tres aldeas fundadas 50 años antes por inmigrantes alemanes del Volga. Según los cronistas ─cuyos nombres no figuran─, “la conversación que resultó más interesante, ha sido con la señora viuda de Kindsvater, madre de los fuertes comerciantes del mismo apellido muy apreciada y respetada en las aldeas”.

La viuda de Kindsvater, tal como la nombran los cronistas, era Ana María Michel. En aquel encuentro ella les contó que Jacobo, su marido, “fue el primero que se estableció con casa de comercio”, que entonces “era un bolichito muy distinto a lo que es ahora” y recordó que los primeros años fueron de mucho trabajo y sacrificio, pero también hubo grandes satisfacciones cuando empezaron a ver “sus anhelos realizados, sus esperanzas cumplidas, sus campos fértiles, sus hijos grandes, todo en pleno progreso, en esta tierra de libertad y de generosos principios”.
Los anónimos cronistas dan cuenta también de que alguien alguna vez les había dicho que en los primeros años, los aldeanos solían hornear el pan en comunidad y en las barrancas del arroyo San Antonio. “Le preguntamos (a Ana María Michel, viuda de Kindsvater) si era verdad y nos dijo que efectivamente se hacía de esa forma”.

Cada familia hacía la masa del pan en su casa. Generalmente eran panes grandes elaborados con hasta tres kilos de harina y capaces de alimentar a toda la familia durante una semana. Cuando todos tenían su masa lista, marchaban hacia el arroyo y hacían excavaciones profundas en las barrancas en donde se prendía el fuego. Cuando el improvisado horno se calentaba lo suficiente, colocaban los panes dentro. Se cocían a calor lento y, según testimonios de quienes tuvieron la dicha de probarlos, resultaban muy sabrosos.

En los manuscritos de Carlos Brotzman, que fueron utilizados para la edición del libro del centenario de las tres aldeas, encontramos que la idea de aquellos hornos surgió luego de que unos muchachos, jugando con unas palitas cortas, se pusieran a hacer hoyos en las barrancas y se metieran dentro.

Su monumento
Aquella costumbre de hornear el pan comunitariamente en las costas del arroyo San Antonio, quedó inmortalizada en un monumento que se destaca, tanto por su singularidad como por su elevación, en uno de los ángulos de la plaza San Martín, precisamente en la esquina de 9 de Julio y San Martín. Lleva el nombre de “la Oma” porque la figura principal es una mujer longeva, una abuela introduciendo un bollo de pan adentro de un hoyo en la barranca.

Es extraño que quien visite la aldea por primera vez y pasee por la plaza no se detenga a observar esa escena que les rinde homenaje a aquellas abuelas que como Ana María Michel trabajaron con tanto ahínco en los difíciles tiempos de la fundación.

El monumento a La Oma fue inaugurado en 1989, el año del centenario de las tres aldeas, y su autor fue el escultor gualeguaychuense Oscar Rébora. Mientras Rébora, en Gualeguaychú, le daba forma a la figura de la Oma, un albañil de Aldea San Antonio, Eugenio Bauer, fue el encargado de confeccionar el horno. En aquellos días, Eugenio estaba trabajando en la construcción del edificio municipal, en el portal de acceso y también en las obras de reconstrucción del Club Social y Deportivo San Antonio que había sido destruido casi por completo por un tornado, en diciembre de 1988. “Era un pedido sencillo, pero como era algo que nunca había hecho, también costó. Me trajeron un plano y me dijeron que tiene que ser así y así… y salió como tenía que ser, gracias a Dios”, recordó Bauer más de 30 años después.

Sabina Melchiori

Notas relacionadas