Cuando la revolución se abrió camino en Entre Ríos

Las imágenes que suelen acudir a la memoria cuando evocamos la gesta de la Revolución de Mayo fijan el acontecimiento en un edificio colonial de paredes blancas o amarillas con tejados rojos y simétricas puertas color verde inglés. Desde el balcón protegido con austera baranda de hierro, el flamante gobierno criollo saluda a la gente que, reunida en la Plaza Mayor se protege de la lluvia con paraguas negros.

Recordamos escenas brillantes, animadas, alrededor del Cabildo de Buenos Aires. Aquí, señores de trajes oscuros y damas con peinetón, allá vendedores ambulantes que ofrecen sus humildes productos. Son las estampas de un acontecimiento singular que divulgó la escuela primaria, los libros de lectura y las revistas infantiles a lo largo del siglo XX. Actualmente, en la semana de mayo se multiplican las representaciones “de época” escolares y capitalizando experiencias de sucesivas gestiones municipales, nuestros vecinos son invitados a organizar y participar en la fiesta comunitaria del 25 “a la manera tradicional”.

Tomando prudente distancia de estos íconos, el proceso revolucionario desatado en mayo de 1810 es complejo. Y mucho más complejo que situarlo en el marco del enfrentamiento entre criollos y peninsulares. En el frente “patriota” participaron desde hacendados y comerciantes –criollos y españoles– hasta sectores medios y populares –urbanos y rurales– que integraron los ejércitos, las milicias preexistentes y las fuerzas irregulares. El bando “realista” contó también con la participación de criollos e indígenas y se produjo una verdadera guerra social.

Desde el comienzo se manifestaron diferencias entre los criollos: los más moderados aspiraban al traspaso del poder de las  jerarquías españolas a las dirigencias criollas; otros sectores aprobaban proclamar la igualdad civil, la supresión de la trata de esclavos y la libertad de vientres, la abolición del tributo y los servicios personales de los indios; y las corrientes más radicales, cuyos líderes eran abogados, sacerdotes y militares criollos de baja graduación pusieron el acento en la igualdad esencial de todos los hombres, plantearon la división de la gran propiedad y/o la restitución de tierras de los que habían sido privados los pueblos y en particular los indígenas.

La “Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII” estuvo integrada por reconocidos miembros del patriciado porteño. El 27 de mayo comunicó a los pueblos del interior mediante una Circular, la situación planteada en Buenos Aires.

Al actual territorio entrerriano, llegó la Circular a los tres pueblos fundados por Tomás de Rocamora en 1783.
* La villa de San Antonio de Gualeguay estaba gobernada por un Cabildo con mayoría de españoles europeos predispuestos a la defensa del orden “realista”.
* La villa de Concepción del Uruguay tenía Cabildo con fuerte presencia española, pero un Alcalde de Primer Voto que será el apoyo más firme de la Revolución, el Dr. José Miguel Díaz Vélez.
* La villa de San José de Gualeguaychú presentó un Cabildo integrado por españoles: Alcalde Ordinario, Francisco García de Petisco, Regidor Decano, Rafael Zorrilla, Alguacil Mayor, José Borrajo, Fiel Ejecutor y Juez de Policía, Basilio Galeano, Defensor de Pobres y Menores, Pedro Echazarreta, Síndico Procurador, Juan Bautista Firpo.

Considerada la Circular enviada por la Junta, las tres villas adhirieron al movimiento revolucionario. En reunión celebrada el 22 de junio el Cabildo de Gualeguaychú expresó que la instalación de la Excelentísima Junta fue admitida “por el pueblo congregado y sus representantes con el mayor aplauso (…) que no debe dudarse un instante que en todo seguirán sus habitantes la suerte y determinaciones de la Capital, y que sus votos serán unos con los de ésta, a fin de sostener los sagrados derechos de nuestro legítimo soberano el señor Don Fernando VII”.

Sin embargo, al conocerse el rechazo a la Junta que manifestó Montevideo, los “peninsulares” residentes en la zona cambiaron la posición. Se reunían en tertulias privadas a leer y comentar las Gacetas y proclamas redactadas por el Gobernador Gaspar de Vigodet que pedía información sobre los movimientos “realistas” –de fidelidad al rey– en la región.

Montevideo preparó una expedición naval para dominar la costa entrerriana y mantener, a través de los ríos, el enlace y coordinación de fuerzas con los centros contrarrevolucionarios de Córdoba y Paraguay. Las operaciones fueron comandadas por el Capitán de Navío Juan Ángel de Michelena. La Junta de Buenos Aires confió la defensa de nuestra zona al Comandante General de Entre Ríos, doctor José Miguel Díaz Vélez. El avance realista resultó incontenible. Concepción del Uruguay fue ocupada violentamente. En Gualeguaychú, visualizado entonces como fuerte núcleo contrarrevolucionario, el Alcalde Petisco suplicó a Michelena por tres veces que enviara fuerzas de ocupación previendo un ataque patriota.

En Cabildo Abierto reunido el 18 de noviembre de 1810, nuestra villa juró su lealtad al Consejo de Regencia de Cádiz. Sólo los cabildantes Galeano y Echazarreta se mantuvieron leales a la Junta. Una semana después Gualeguay protagonizó la misma ceremonia.

Con las villas ocupadas, los Cabildos sumisos a las indicaciones de Montevideo, la sociedad dividida en bandos antagónicos y el dominio de las vías fluviales –en el Uruguay Michelena y en el Paraná Romarate– la mayoría “patriota” alentó la insurrección irritada ante tanta prepotencia.

El historiador entrerriano Facundo Arce expresa que “el ataque realista fue como la señal que marcó la hora de una actitud rotunda a favor de la Revolución. Ella no se estampó en Actas, sólo se concretó en hechos positivos. Es el instante en que aparecen en el escenario de nuestra historia nuevos personajes, hasta entonces modestos e ignorados habitantes de nuestros pueblos y campañas”.

Medianos productores rurales fueron voceros del sentir de su gente. Organizaron pequeñas partidas de resistencia al invasor. Para ello contaron con el apoyo de Juan de Garrigó, Alcalde de Hermandad de la Bajada del Paraná; Gastañaduy, Teniente Gobernador de Santa Fe; Manuel Belgrano, Jefe de la Expedición al Paraguay y de Martín Rodríguez, Coronel de Húsares con asiento en la ciudad santafesina.

Bartolomé Zapata, de Gualeguay y José Gregorio Samaniego, del Partido de Gualeguaychú, ofrecieron a la Junta su persona, sus bienes y sus armas; concentraron a su alrededor un puñado de paisanos leales y señalaron objetivos de ataque concretos. Entre diciembre de 1810 y marzo de 1811 recuperaron para la causa patriota a las tres villas del sur entrerriano.

Y así, con coraje nomás, salvaron a la revolución. Abortaron el estratégico enlace Montevideo-Córdoba que cruzaba por nuestra tierra. Los cabildantes comprometidos con Montevideo fugaron; unos a Soriano, otros a Colonia.

A la insurrección en los campos entrerrianos sucedió la insurrección en los campos de la Banda Oriental del Uruguay. El 28 de febrero de 1811 se producía el Grito de Asencio. La villa de Mercedes, situada a orillas del Río Negro, cumplió un rol protagónico; los vecinos de esta zona se declararon libres bajo los auspicios de la Junta de Buenos Aires y solicitaron auxilios para defenderse de los ataques realistas. Desde la Capital se respondió “¡oficiales esforzados, soldados aguerridos… armas, municiones, dinero, todo vuela en vuestro socorro!”.

Las tierras entrerrianas adquirieron un nuevo rol estratégico. Los ejércitos patriotas que convergían al escenario oriental debían cruzarlas de oeste a este, transformándose en base vital de las operaciones. Los aportes de nuestra gente fueron extraordinarios.

La revolución era pensada aquí como un momento de cambio total, que daría respuesta a múltiples problemas sin resolver aún, como por ejemplo el acceso a la tierra y a los recursos naturales; los títulos de propiedad para quienes las poblaban desde hacía décadas, entre otros.

Pues bien, el estallido, el momento de la ruptura, contó con una gran adhesión popular. La construcción del nuevo orden suponía un proceso más largo y complejo, que no tantos conocían o estaban dispuestos a acompañar.


Silvia Razzetto
Historiadora

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