El año 1932 llegaba a su fin y después de una estadía de catorce meses en Europa, Carlos Gardel regresa a Buenos Aires, acompañado de Pettorossi, la noche del viernes 30 de diciembre. Apenas comenzado el nuevo año, un rápido cruce a Montevideo para ver a Leguisamo corriendo en la pista de Maroñas marcó un adecuado inicio del año 1933 para Carlos Gardel.
Un nuevo frenesí de trabajo se prolongó durante su permanencia de diez meses entre Argentina y Uruguay, dando la sensación de que se empeñaba en convencer al público -tal vez a sí mismo- de que, a pesar del inminente estrellato internacional, sus raíces rioplatenses seguían siendo sólidas. Y después, continuos desplazamientos que reproducen asombrosamente la conducta de su carrera inicial: grabaciones, teatros y cines, radio, nuevas giras a las provincias, las primeras desde 1930.
Entre el 13 de enero y el 6 de noviembre, Gardel visitó los estudios de Glucksmann en veinticinco ocasiones. Ahora tenía cuatro “escobas”, pues Horacio Pettorossi había accedido a trabajar con Barbieri, Riverol y Vivas en el mayor grupo de guitarristas acompañantes utilizado hasta entonces por un cantor argentino. Concentró sus presentaciones en el interior de Argentina, alternando con breves apariciones (de una o dos noches) en por lo menos dieciocho salas cinematográficas de la Capital Federal.
A fines de setiembre, el grupo viajó a Montevideo para una breve temporada en el Teatro 18 de Julio. Cantó en una fiesta privada organizada por el presidente uruguayo, Gabriel Terra y en Radio Carve, emisora local. Realizó una memorable visita al hospital montevideano Fermín Ferreyra, “un acto inolvidable para los asilados” y partió, entre aplausos y expresivas manifestaciones de gratitud.
A mediados de octubre regresó a Buenos Aires para grabar y participar en una función en beneficio de canillitas, organizada por los diarios vespertinos de la ciudad. Esta historia es muy conocida, pero hay otra a la que los biógrafos de una y otra orilla han dejado prácticamente en el olvido: la ocasión en que Gardel brindó su último show ante el público argentino. Una historia que transcurrió en la pequeña ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay antes de continuar su gira por ciudades del interior de la república Oriental del Uruguay, durante los últimos días de octubre. Visitó entonces Salto, Paysandú, Mercedes, y San José, dirigiéndose luego a Montevideo, donde concretaría la compra de tres solares sobre los que sería construida la casa en la que pensaba terminar sus días en compañía de Berta Gardes.
El 7 de noviembre, el vapor Conte Biancamano soltó amarras del puerto de Buenos Aires rumbo a Europa, con Gardel a bordo, acompañado por su representante Armando Defino, el músico Alberto Castellanos y su guitarrista Horacio Petorossi.
Pero volvamos atrás, al viernes 20 de octubre de 1933, cuando antes de partir hacia Concepción del Uruguay, primera ciudad que visitaría en una última gira por “el pago”, Carlos Gardel se presenta ante el Escribano Jacinto Fernández para otorgarle poder a Armando Defino, instituyéndolo como su administrador en reemplazo de José Razzano. Más tarde, el cantor y sus cuatro escobas se dirigen a la estación Federico Lacroze para abordar el tren que los llevaría a su primer destino.
No había entonces caminos desde la capital a la Mesopotamia argentina. La única vinculación con los territorios tras los ríos Paraná y Uruguay se realizaba, hasta el último cuarto del siglo XX, a través de balsas, lanchas y ferries. Poco más de dos horas separaban a Buenos Aires de Zárate. En aquel momento no existía el Complejo Zárate Brazo Largo y para cruzar los ríos Paraná de las Palmas y Paraná Guazú, los vagones de tren de pasajeros o de carga, eran embarcados en ferrobarcos que cruzaban hasta la estación ferroviaria de Puerto Ibicuy, provincia de Entre Ríos, aproximadamente a 2,5 kilómetros fuera del casco urbano, donde se volvía a armar el tren.
El primer ferrobarco de Argentina fue el Lucía Carbó. Llevaba los trenes con pasajeros y carga desde Zarate a Ibicuy, 106 kms. de navegación por el Paraná de Las Palmas que se acortaban a 80 si tomaban la “Zanja de Mercadal”, excepto durante grandes bajantes. Su capacidad de transporte era de 12 coches de pasajeros o 22 vagones de carga distribuidos en cubierta en tres rieles que totalizaban 235 m de vías. Casi todos acuerdan en destacar su belleza, que inició y cerró el período de los ferrobarcos, ya que realizó el último viaje en 1978.
Los servicios de pasajeros eran diarios. La comodidad de un viaje estaba asegurada, sobre todo en los servicios más exclusivos. Era un modo de viajar placentero, en vagones de madera lustrosa, con asientos mullidos rebatibles forrados en cuero y amplias ventanillas que permitían observar con deleite el paisaje fugaz que pasaba delante de los ojos.
El convoy incluía camarotes en los vagones dormitorio. Otros eran dedicados a cocina y salón comedor. Mucho lujo, refinados menús, porcelana inglesa y cubiertos acordes. Cuanto más atrás en el tiempo se buscan datos, más lujosos y completos resultan los servicios prestados a bordo.
Mientras el Puente de Trasferencia se accionaba, se dejaba oír un sonido de crique característico generado en los seguros mecánicos de las máquinas que accionaban el ascenso y descenso. Otro tanto ocurría en Ibicuy y Posadas. El recuerdo de los barcos es evocado por quien los vio y vivió, y algunos comparten aquel recuerdo como un tesoro. Para Gardel, ha de debido ser una inolvidable aventura.
Saliendo de Ibicuy, el tren hacía paradas en Enrique Carbó, Larroque, Parera, Urdinarrain, y Basavilvaso, ciudad ubicada cerca del cruce de las rutas 39 y 20, al oeste de Concepción del Uruguay, nacida gracias al tren, que era un nudo ferroviario al que convergían varios ramales. El vagón dormitorio de Gardel sería enganchado al tren que venía de Paraná y se dirigía a Concepción del Uruguay.
Cuenta Simón Collier que “durante esta breve campaña, cerca de Concepción del Uruguay, el vagón donde viajaba Gardel fue desviado a un tramo lateral para que él pudiera dormir. Una numerosa multitud se reunió afuera en silencio, esperando a que él despertara. Sólo cuando al fin lo vieron asomarse por una ventanilla lanzaron el inevitable grito de ‘¡Viva Gardel!’. Gardel quedó muy impresionado por esta demostración de cortesía”.
Cuando por fin el grupo llegó a Concepción, el sábado 21 a la madrugada, había un mundo de gente esperándolos. Los trasladaron en mateos al Hotel París. Después de desprenderse de su equipaje, postergando su tiempo de descanso salió del hotel para saludar a sus seguidores, todos estudiantes del Colegio Justo José de Urquiza. Descendió a la Plaza Ramírez y aunque la noche era templada, llevaba una bufanda para proteger su garganta. Alguien le pidió que cantara y sin que hubiera que repetir el pedido comenzó a interpretar a capella “Palomita blanca”, el vals de Aieta y Giménez. Apenas Gardel comenzó a cantar, según cuentan la historia popular y la prensa, la madrugada se pobló de emoción y en todas las casas que bordeaban la plaza comenzaron a abrirse las ventanas. Gardel era irrefutablemente un milagro y su voz, la que mejor interpretaba la canción rioplatense.
El Teatro Avenida
El teatro Avenida de Concepción del Uruguay, ubicado sobre la actual calle Juan Perón (ex Vicente H. Montero), se había vuelto uno de los principales escenarios culturales de la ciudad. Allí actuaron figuras muy importantes desde su apertura y la actuación de Gardel selló su historia grande para siempre.
Quedan pocos testimonios para reconstruir lo que constituyó un hito en la historia cultural de Concepción del Uruguay. Tal vez se trate de recuerdos agigantados por el paso del tiempo o distorsionados por la pasión, pero sus protagonistas juran que fue verdad.
Aníbal Pontelli, cuenta que el día de la función, Gardel y sus guitarristas hicieron caminando las seis cuadras que, sobre la misma calle, llevaban hasta el teatro, inaugurado como tal tres años antes, con la actuación de la Compañía Nacional dirigida por los célebres actores Pepe y Antonio Podestá, amigos entrañables de Carlos Gardel.
Al relato de Poncelli se suma el de Regimo Félix, quien cuenta que a eso de las 20.30 hs., pasó a buscar a su amigo Lorenzo Duten con su bicicleta. «Tito, vamos que hoy actúa Gardel en el Avenida». Ambos tenían unos 10 años de edad y recorrieron en bicicleta las 37 cuadras que los separaban del teatro ubicado en la zona céntrica. Las la vereda de enfrente y se acercaron a la puerta.
Tito contó que Gardel llegó temprano al Avenida. Había ya algo de público frente a la entrada y al verlos les dijo que si se comportaban de manera adecuada, él los iba a dejar entrar, después ingresó a su camarín. Al subir a escena dijo: “Sé que hay mucha gente afuera que no ha podido entrar. Abran la puerta y que entren todos los que puedan”. Tito y su amigo estuvieron dentro de «los que puedan», y lograron ver, de a ratos y entre saltos, el espectáculo.
Gardel destacó la presencia de su cuarteto de cuerdas: “Me acompañan los muchachos”, dijo mencionando a Barbieri, Riverol, Pettorossi y Vivas. Su repertorio fue muy variado e hizo espacio para dialogar con el público, recuerda Tito hoy con 95 años: “No era de hacer bromas, pero sí muy cálido al dirigirse a los espectadores, incluso habló de sus comienzos en la música y del largo camino que lo había llevado a tocar en un teatro colmado de espectadores, en un pueblo del interior”.
Luego de tres horas de deleitar a todos con sus canciones, se despidió con emocionadas palabras y se fue ovacionado por la multitud. Su voz y su sonrisa dejaron en las almas de los uruguayenses un recuerdo imperecedero que sería uno de los hitos más importantes en la historia cultural de la pequeña ciudad entrerriana y la última actuación del incomparable astro en nuestro país. Tito y su amigo retomaron las bicicletas que habían dejado recostadas sobre una pared vecina y regresaron a sus hogares, tal vez sin aquilatar todavía lo extraordinario del momento vivido. Al día siguiente y por muchos días más, su actuación sería el tema de conversación insoslayable en cada rincón del poblado.
Esa misma noche, después del último show ofrecido en Argentina, su patria de adopción, Gardel se dirigió al puerto y abordó una lancha de pasajeros de la antigua y prestigiosa empresa de don Antonio La Nasa y Hermanos que desde 1.912 cubría el servicio regular de pasajeros, correspondencia y pequeñas cargas desde Concepción del Uruguay a Paysandú en la lancha a vapor Souvenir.
Gardel fue huésped de Paysandú durante algunas horas y se marchó en tren a Salto, desde donde inició una gira por las capitales de algunos departamentos de la República Oriental del Uruguay. Sería el recorrido final de Carlos Gardel por sus queridos “pagos”.
En marzo de 1935, desde New York, escribiría a su amigo Carlos de la Púa: “Gracias, viejo amigo, que desde lejos alienta a los que, como yo, todos sus actos son miras a nuestro querido Buenos Aires. Ni Europa ni esto me cambian. Trabajo mucho, pero una sola cosa alienta este esfuerzo, haciéndome tesonero y cuerpeándole todos los días a la tentación; mi vuelta al pago. Porque mi viejo, yo también creo que me habré ganado a pulso la tranquilidad, pero no la tranquilidad del burgués, que sólo piensa en comer y dormir bien, sino la tranquilidad en compañía de mis mejores afectos, las reuniones en buena compañía, las tenidas mano a mano, las grandes `cantadas’ para esos cuatro amigos, que siempre estarán a mi lado, las bromas y algunas que otra `palmera’ para despuntar el vicio… Como siempre, viejo, como siempre…”.
Fuente: Martina Iñiguez para la Fundación Internacional Carlos Gardel (publicado en el diario La Prensa)