Stefanía Powazniak estudió la carrera de Bibliotecario Nacional e integra desde 2021 el equipo de la prestigiosa Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Fue estando allí cuando se le presentó una oportunidad que nunca hubiera imaginado: pasar una temporada en una base de la Antártida Argentina, ocupándose de su biblioteca y colaborando, además, con las diversas tareas que pueda demandar la vida diaria para aquella remota comunidad austral. En diálogo con Ahora ElDía, relató cómo vive esta experiencia única junto a sus compañeros de la Base Esperanza.
¿Cómo surgió esta oportunidad de ir a la Antártida?
Se dio por casualidad, yo había escuchado que la Biblioteca Nacional estaba tratando de armar algo, pero nada más. A fines de noviembre del año pasado, en una reunión, nuestro jefe nos comentó que se iba a mandar un bibliotecario a la Antártida, con salida en enero y regreso a principio de marzo. Honestamente me pareció una locura que existiera esa posibilidad, pero automáticamente levanté el brazo y dije ‘¡Yo!’. Después, eventualmente, pregunté para qué sería. Ahí nos informó que sería para coordinar el ordenamiento de una biblioteca en la Base Esperanza.
¿Qué dificultades enfrentan?
Por ejemplo, la Biblioteca (Nacional) hizo una donación, pero aún no ha llegado por cuestiones de logística, clima e imprevistos de las fuerzas: del estilo de que se hagan cambios desde el COCOANTAR (Comando Conjunto Antártico), de adelantar mejor la carga a otra base, de que se rompan los barcos que traen las cargas, de que la “ventana” (condiciones climáticas aptas) que se había previsto para entrar a la bahía se cierre, etc. La idea entonces era ordenar esa donación en conjunto con la colección que ya existía.
¿Era lo que esperabas cuando llegaste?
Creo que en algunos aspectos es más de lo que esperaba y en otros por ahí no tanto. Tampoco es que había anticipado mucho porque no tuve tanto tiempo. Entre que me enteré y viajé pasó un mes nomás. Me confirmaron que podía ir dos semanas antes de salir, y ahí ya estaba en “modo preparación”. En general, todo lo que había anticipado era en relación a la biblioteca. Después pensaba que el día a día tal vez iba a ser más difícil de llevar, pero la verdad es que no.
¿Te costó mucho adaptarte a esa vida?
No siento que me haya costado mucho, la verdad. Creo que en gran parte fue gracias a las personas que están acá. Que haya gente predispuesta que te vaya llevando un poco de la mano y acompañando a medida que te adaptás y vas encontrando tu ritmo. Honestamente, no tenía ni idea sobre la base hasta unas semanas antes de venir y fue un aprendizaje, pero todos te dan una mano y te explican cómo funcionan las cosas. Además, las instalaciones, en general, están muy bien y para estar en la Antártida uno está muy cómodo, más allá de que las cosas necesiten algo de mantenimiento y todo eso. El clima antártico es muy hostil y muy cambiante, a veces arrancás una mañana con un sol hermoso y a la tarde tenés una nevada imparable, es muy loco. La gente de la dotación, además del funcionamiento de la base, siempre está arreglando cosas.
¿Cómo es un día en la Base Esperanza?
Acá la dotación tiene una rutina bastante ordenada, pero yo, como civil y bibliotecaria, llevo una rutina un poco menos estructurada. De todas formas, tengo una rutina que es más o menos como la que llevo en Buenos Aires, con algunas particularidades: me levanto temprano, desayuno en mi casa (la dotación, en cambio, desayuna en el casino), voy a la biblioteca y trabajo; se para para almorzar a las 13, después ellos hacen una siesta hasta las 15 más o menos y retoman las actividades, yo no hago siesta y vuelvo a la biblioteca, y suelo estar hasta la cena que es 20.30. Esa es más o menos mi rutina pero no estrictamente así, y además, tengo un poco la libertad de gestionar mis tiempos, entonces algún día salgo a caminar, a conocer algún lugar y compenso después, trabajando el sábado o el domingo, voy viendo.
¿Con quienes compartís tu cotidianeidad?
La biblioteca está en la casita donde está ubicada Radio Nacional LRA 36 “Arcángel San Gabriel”, entonces comparto gran parte del día con ellos: comparto mucho con Dani, de la dotación, que es la operadora técnica y entiendo que va a estar todo el año haciendo eso; con El “Chelo” Ayala, de Radio Nacional Buenos Aires y dos técnicos que vinieron un poco más tarde; y también con Claudio y Alejandro, también de la radio, que se vuelven conmigo en unos días a principios de marzo; también se sumó Celeste, de la dotación. Todos son muy copados y charlamos, tomamos mate y nos divertimos. Además, en la base vivo en la Casa 8 con Dani, Mariané Mañez y Valentina Fornillo, que casualmente es de Concordia. Las dos últimas son de la Dirección Nacional del Antártico (DNA) y la verdad que nos llevamos súper bien.
Encontraste un lindo grupo humano…
Yo siento que he sido muy afortunada por todo, y además por la gente con la que me ha tocado convivir y compartir el espacio de trabajo. Me hice muy amiga del grupo de investigadores. Una parte del grupo ya se volvió, y la verdad que se extrañan, la pasamos muy bien juntos, son todas personas maravillosas y re motivadas por lo que hacen y escucharlos hablar es un viaje, son unos fanáticos de las aves. También compartí mucho con el grupo del Instituto Geográfico Nacional que estaban acá haciendo una actualización de la cartografía de las bases y ahora están en Petrel. Y en el día a día, obviamente, también vas interactuando con los chicos de la dotación y conociendo un poco la historia de cada uno y aprendiendo un montón además.
¿Qué particularidades tiene ser bibliotecaria allá?
Lo principal, y tal vez lo más complicado, es que estás en otro continente. También, sin haber ido nunca, es difícil saber con qué te vas a encontrar. No tenés una librería acá a la vuelta, entonces si no planificaste algo, fuiste: o tenés que gestionarlo para futuro, ya, o en el caso de necesitar algo puntual, lograr que otra persona que está viniendo te lo traiga, pero también traer cosas es un tema, hay que ver cómo llega; y si no, darte maña y tratar de resolverlo con lo que hay en la Base, preguntar, pedir ayuda. Por suerte hay gente muy copada y proactiva, y se busca la vuelta para resolver. También me hace pensar un poco en la comunidad de usuarios que tiene, porque es una comunidad muy chica, y que básicamente se renueva todos años con el cambio de dotación, de científicos y de las familias, siento que es un desafío también, por donde está.
¿Qué cosas te ha enseñado esta experiencia hasta ahora?
La verdad que es una experiencia increíble. He aprendido un montón sobre mí, a nivel personal, sobre mis capacidades y limitaciones también. Poner un poco a prueba lo que uno aprendió y en un lugar como la Antártida es tremendo. Y obviamente sobre un montón de cosas relacionadas a la Antártida como el medio ambiente y las investigaciones que se llevan a cabo. Y también entender toda la logística que implica llevar gente a la Antártida, tener bases y mantenerlas; es un movimiento de recursos y energías impresionante. Me siento súper afortunada y agradecida.
Acerca de la Base Esperanza
Fundada a finales de 1952, la Base Esperanza se ha mantenido activa desde entonces, siendo protagonista de importantes investigaciones e hitos de la historia antártica argentina. Se trata de la base más grande que posee el país en el Continente Blanco y la única en la que viven familias, por lo que también funciona allí una escuela. La base cuenta además con un museo, una oficina postal, una capilla, la estación de Radio Nacional y -por supuesto- la biblioteca.
Este jueves, se cumplieron 120 años de presencia argentina en el territorio antártico. Stefanía contó que se realizó un acto y hubo festejos. También, con motivo de la ocasión, el teniente general Juan Paulo Escobedo, jefe de la Base, expresó a Radio Nacional la importancia del apoyo logístico que las Fuerzas Armadas brindan a la investigación científica. «Estamos aquí, con la bandera en alto, colaborando con la ciencia y cooperando con el resto de los países presentes», señaló.
Fuente: Matías Daniel Venditti (Ahora ElDía)