El gaucho indómito, emblema de la nación argentina

Desde el año 1993 que todos los 6 de diciembre se celebra el Día Nacional del Gaucho, en conmemoración a la escritura del poema narrativo El gaucho Martín Fierro (1872), de José Hernández. Para comprender cómo fue que la figura del gaucho se convirtió en un emblema nacional, Ezequiel Adamovsky, historiador e investigador del CONICET, especialista en observar, como a través de un calidoscopio, reconstruye los fragmentos móviles con los que se arman las marcas registradas de argentinidad.

En su libro, El gaucho indómito: de Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada, Adamovsky se pregunta cómo es posible que el gaucho, moreno, montonero, que andaba a los cuchillazos contra los militares, que criticaba la ley del Estado se haya convertido en un héroe nacional, en la figura representativa de la nación argentina en el país y en el mundo.

¿Cuáles son las características que hacen que el gaucho sea considerado como un símbolo de argentinidad? ¿En qué momento se instaló esa marca nacional?
El gaucho fue primero un emblema de las clases populares y más tarde un símbolo de argentinidad. Se transformó en lo primero principalmente por haber sido desde muy temprano una voz crítica respecto de los poderosos, una figura rebelde que se sustraía a la ley de los de arriba y denunciaba que era injusta. A fines del siglo XIX, es también el gaucho que combate con su cuchillo a militares y policías. El que da muerte a los representantes de un Estado injusto. A más tardar para la década de 1880, si no antes, el gaucho está consolidado como héroe popular con esos atributos. Tenía ya entonces también otros: la virilidad, el apego a las tradiciones camperas, la simpleza, la musicalidad, la lealtad con los amigos, el desinterés.
Fue la enorme popularidad de la figura del gaucho entre las clases populares la que terminó forzando a que fuese tomado también como emblema de lo argentino por las élites y, finalmente, por el propio Estado. Esa historia es más conocida: fue Leopoldo Lugones, intelectual de derecha, el que construyó la idea de un gaucho patriota, ligado al esfuerzo militar independentista, en su obra sobre los gauchos de Güemes primero y en las conferencias de 1913 en las que, por primera vez, propuso que el poema Martín Fierro –hasta entonces una historia más entre las decenas de historias de gauchos rebeldes que leía el bajo pueblo– fuese considerado el gran poema nacional, nuestra Ilíada, nuestro Cantar del Mío Cid o nuestra Chanson de Roland. La propuesta de Lugones fue tomada con cierta frialdad al principio y el Estado finalmente patrocinó un culto oficial al gaucho a partir de fines de la década de 1930. Este gaucho que se santificaba era muy diferente: era ante todo patriota de bandera y gesta militar, viril, criollo, tradicionalista. La faceta rebelde quedaba soslayada, junto con la crítica a los de arriba.

Los anarquistas, los peronistas, la Sociedad Rural, las Fuerzas Armadas reivindican la figura del gaucho, ¿cómo es posible que esta figura sea referenciada por corrientes ideológicas antagónicas?
La rebeldía del gaucho habilitó lo que fue el primer uso político de su figura, que es el que hicieron los anarquistas a principios del siglo XX. Una figura que andaba a los cuchillazos contra los militares, que criticaba la ley del Estado y lamentaba los alambrados era perfecta para la prédica antiestatal y anticapitalista de los anarquistas, y ellos le sacaron gran provecho. Luego de Lugones, se sumó una apropiación más desde la derecha conservadora y tradicionalista, que trató de usar al gaucho como ariete contra el “cosmopolitismo” que traían los inmigrantes, socialistas, anarquistas, comunistas. Pero la del gaucho era una figura muy complicada para los nacionalistas. Es muy gracioso ver los malabares argumentativos que tenían que hacer para justificar el elogio de Martín Fierro, que era después de todo un desertor que había dicho que el Ejército era lo más corrupto que había y que no tenía nada que ver con el patriotismo. Los nacionalistas trataron de apoyarse en la segunda parte del Martín Fierro, la del gaucho más manso que vuelve y da consejos a sus hijos. Porque la primera parte, la del desertor fugitivo, es imposible de usar en un sentido derechista.

¿Cómo resuelve la élite argentina la tensión entre su ideario de un país de blanco de tipo europeo, y su necesidad de reivindicar al gaucho frente a la barbarie?
El “gaucho malo” había sido encarnación de la barbarie que la generación de la Organización Nacional se llamó a erradicar. Basta leer el Facundo: el gaucho montonero era allí la base social de los caudillos de la barbarie. Reivindicar al gaucho desde el nacionalismo de derecha requería olvidar esa faceta política suya, su conexión con el federalismo. A eso se agregó la dimensión racial: el criollismo popular con mucha insistencia describía al gaucho como una figura de tez morena o asociado con negros, mestizos o indios. Lo que, implícitamente, metía interferencia a los discursos que decían que los argentinos eran blancos y europeos. Si el gaucho era encarnación de lo argentino, y si era moreno, entonces eso era un problema. Por eso muchas de las apropiaciones de derecha trataron de “blanquearlo”. Y lo hicieron por dos caminos. Uno sostenía que los gauchos eran de ascendencia puramente hispánica y no se habían cruzado con los amerindios. Era un disparate, pero eso llegaron a afirmar. Otros, como Lugones, reconocieron su carácter mestizo, pero afirmaron que esos gauchos morenos de antaño no habían dejado una huella biológica en los argentinos modernos. Su aporte biológico había ya desaparecido y lo que se reivindicaba era meramente su legado cultural, su “espíritu”. La figura del gaucho fue así una arena de disputa acerca del perfil étnico-racial de la nación.

Adamovsky cuenta que la poesía gauchesca anterior a El gaucho Martín Fierro propuso sus propios personajes y que, a fines del siglo XIX, había una extensa galería de íconos de lo gaucho de la que hoy solo recordamos a Juan Moreira, que en su momento fue más popular que Martín Fierro. En sus exhaustos recorridos por archivos y hemerotecas, Ezequiel descubre y pone en relieve las voces propias de las expresiones populares. Recupera a varias figuras olvidadas, entre ellas, su preferida es la del payador Martín Castro quien, a fines de la década de 1920, puso en boca de sus gauchos ficcionales toda una contrahistoria de la Argentina contada desde el punto de vista de los pueblos originarios despojados.

El criollismo popular, expresado tanto en los folletines como en el circo criollo, en los cantos de los payadores o en las tonadas folclóricas, representaba la vida y la voz de los de abajo, y en algunos caos, la literatura criollista, además, canalizó las primeras reivindicaciones de lo indígena como legado de lo argentino.

Entendiendo que el criollismo popular ponía en relieve aquello que los discursos oficiales no, ¿qué ocurre con el rol de la mujer, de la gaucha, de la china?
Pasa algo curioso con esto. En la poesía gauchesca de la década de 1830 había “gauchas” rebeldes que además tenían voz. Pero luego ese término dejó de usarse y las mujeres perdieron toda voz propia en la literatura criollista. Sólo quedó la figura de la “china” más bien muda, mencionada como compañera del gaucho. El criollismo, tanto el popular como el de élite, es una empresa abrumadoramente masculina. Los valores que exalta –el coraje, la violencia, la lealtad entre varones– son bastante patriarcales. En este punto, el gaucho matrero admirado por los de abajo, y el gaucho tradicionalista exaltado desde arriba estaban en coincidencia.

De todas las diversas representaciones se pueden hacer de la figura del gaucho ¿Cuál es tu preferida?
La del gaucho que nos advierte sobre las injusticias del camino de desarrollo que hemos adoptado. La del que nos recuerda que la ley es como una tela de araña que el bicho grande atraviesa y rompe sin dificultad y que solo atrapa al bicho chico. La del que nos invita al desinterés de la “gauchada”, antes que al egoísmo.


Fuente: Ministerio de Cultura de la Nación

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