Hijo de Karl Arlt, nacido en el Reino de Prusia, y Ekatherine Lostraibitzer, en el Imperio Austrohúngaro, Roberto Arlt fue un porteño con sangre inmigrante. Así se crió, en un clima de mezcla que tenía que ver con el contexto: la Buenos Aires de principios del siglo XX y su ebullición y mestizaje cultural.
Escribió mucho y de todo. Se hizo famoso por sus Aguafuertes porteñas, publicadas en el diario El Mundo (1928 y 1933), pero también con sus novelas: El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929) Los lanzallamas (1931) y su etapa de dramaturgo, adaptando y creando 300 millones, Saverio, el cruel, El fabricante de fantasmas, La isla desierta, La fiesta del hierro, El desierto en la ciudad.
Murió joven, a los 42 años, de un paro cardíaco, el 26 de julio de 1942. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita y sus cenizas arrojadas en el río Paraná. Fue respetado y admirado, pero también ninguneado: lo acusaban de escribir mal. El tiempo lo puso en su lugar. Hoy es un nombre clave en la historia de la literatura. «Quería ser feliz, y no pudo. Tuvo que conformarse con ser un genio”, escribió sobre él Abelardo Castillo.
En su corta, pero intensa vida periodística-literaria, un viaje lo embarcó abordo de un carguero con su máquina de escribir portátil y una cámara de fotos. El motivo: pincelar la realidad de sus trabajadores, del río y de sus pueblos litorales. Esa aventura también lo llevó también a Paraná, la capital entrerriana. Un testimonio exquisito de época y estética que plasmó en tres crónicas y que recopiló hace unos años la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos en Aguafuertes fluviales de Paraná.
“Vamos entrando hacia el puerto de Paraná”, comienza la primera de las tres aguafuertes escritas por Arlt en agosto de 1933, en la que, al ritmo fluido del carguero, sobre el mismo río, al arribo a la ciudad entrerriana introduce al lector con el horizonte de una orilla “caliza”, los techos de paja y “barro verdoso” y el agua de “apariencia de hierro colado”.
Más adelante, recorrerá las calles principales de esa ciudad, a la que encuentra, dice en algún momento, con características de Montevideo y de Córdoba. También se deja sorprender por la vida “amable y dulce“ de Paraná (a esa aguafuerte la titula Vida suave y tranquila), al tiempo que convoca a amar y recordar esa geografía porque “es una villa en la cual florecería un sueño amoroso“.
Arlt llegó a Paraná en la década del 30 a pedido del diario en el que era columnista de sus ya famosísimas aguafuertes porteñas. “Andá a vagar un poco. Entretenete. Hacé notas de viaje“, parece que le dijeron. Siguiendo el consejo, para compartir el trabajo cotidiano con los hombres que trabajan a bordo, en el puerto de Buenos Aires tantas veces contemplado, Arlt se embarcó en el carguero Rodolfo Aebi para remontar el Paraná y recorrer las costas de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Chaco.
De ese viaje a río abierto, Arlt produjo 29 aguafuertes fluviales que se publicaron entre el 10 de agosto y el 20 de septiembre de 1933 en el diario El Mundo, y de las cuales Paraná fue tan solo una parada del itinerario en el que, según sus propias palabras, “he sido un turista, simplemente un turista que no podía referirse honestamente sino a lo que veía“.
«Mi interés, puramente humano, se ha detenido en la calle, que es la única posesión indiscutible del pueblo. El pueblo y el paisaje me impresionaron“, declaró en ese mismo recorte periodístico titulado Terminó el viaje, puesto que fue el último de la serie fluvial, cuyas aguafuertes también se reúnen en otro libro de la editorial de la Universidad de Entre Ríos bajo el nombre El país del río: Aguafuertes y crónicas.
Para aquel entonces, Roberto Arlt ya era reconocido por estampar sus impresiones y el pulso cotidiano de las esquinas, calles y personajes que conocía en el diario El Mundo, tanto es así que su paso por Paraná fue reproducido junto a las aguafuertes en un periódico local luego de su partida, ya que su visita se “hizo de incógnito“.
Un gran aporte de Aguafuertes fluviales de Paraná es que incorpora una divertida y sugerente carta de una lectora entrerriana publicada en el diario local de Paraná, que puede leerse como contrapunto, siempre tenso, entre la mirada centralistas de la ciudad de Buenos Aires del cronista frente a la local. Allí, sobrevuela la capacidad observadora del nativo ante su propia realidad e incluso desmitifica las intenciones de estampas exóticas de cualquier forastero de viaje.
“Es inútil – escribe la lectora hacia el final de la carta dirigiéndose a Arlt-: usted conserva el espíritu predispuesto, como buen porteño, contra nosotros, pero acuérdese que seremos siempre muy buenos y bravos entrerrianos“.
Además de sus aguafuertes, que siempre convocan a ser leídas por sí mismas, el libro tiene una serie de fotografías a dos páginas que reflejan el raso horizonte de una ciudad entre aguas, con sus calles, comercios, el gran parque Urquiza y sus tranvías, en definitiva, una manera de complementar las crónicas viajeras que tuvieron a Arlt como observador notable.