Héctor Pereyra, un soldado y su casco

El casco no solo es un elemento de protección. También es un símbolo, lo identifica como soldado, como defensor de la Patria, identifica su silueta más aun que un fusil, una ametralladora o cualquier otra cosa. Cuando un militar recibe su casco lo primero que hace es ponerle su nombre, es solo de él y de nadie más. Por ello nuestros Veteranos de Guerra de Malvinas tienen un vinculo muy especial con ellos.

Después de más de tres décadas, el suboficial principal retirado del Ejército Héctor Pereyra, bonaerense de nacimiento y entrerriano por elección (vive en Gualeguauchú desde hace años), recuperó el suyo. Su historia es emocionante, como tantas otras de los que estuvieron en las islas. Pereyra se encontraba cursando la Escuela de Suboficiales para Apoyo de Combate “General Lemos”, tenía 18 años, cuando se produjo la recuperación de las Islas Malvinas, fue promovido al grado de cabo “en comisión” y destinado a la IIIra Brigada de Infantería (hoy IIIra Brigada de Monte), formando parte de la compañía comando y servicios del comando de la gran unidad.

Llegó a Malvinas el 25 de abril y presto apoyo a las compañías desplegadas en las proximidades del aeropuerto hasta que fue redesplegado cerca de un antiguo puerto. Allí enfrentó sus primeras tareas profesionales como enfermero militar, asistiendo a heridos durante los bombardeos navales y aéreos del 1º de mayo.

El 12 de junio y luego de varios cambios de posicion, el combate lo encontraría en un pozo de tirador en las posiciones de Monte Harriet, lugar donde fue herido por una granada antitanque disparada por tropas de la Compañía L del 42° Commando de los Royal Marines. Fue asistido por la sanidad británica y custodiado como prisionero de guerra por el entonces soldado Andy Damstag quien, lo guareció detrás de un montículo rocoso. Antes de ser evacuado, el inglés tomó el casco de Pereyra y se lo llevó como recuerdo de aquel momento. El año pasado Damstag creyó conveniente que, luego de tanto tiempo, el casco vuelva a su dueño.

¿Qué recuerdos tiene de aquel momento cuando nace la historia del casco?
Yo había caído herido porque las líneas británicas nos estaban sobrepasando. Estábamos haciendo una defensa en el Monte Harriet y, en el fragor del combate, cayó una granada dentro de la posición. Quedé herido con un suboficial. A mí me sacó un soldado de nuestra sección, que es quien me salva la vida. Yo tenía una herida muy profunda, tenía una fractura expuesta de tibia y peroné con una hemorragia muy profunda, así que prácticamente me estaba desangrando. Una vez que los británicos se dan cuenta que estábamos vivos, nos curaron, nos asistieron, nos colocaron morfina, nos dieron agua. El soldado inglés que me devolvió mi casco, Andy Damstag, me estaba custodiando. Cuando a mí me bajan del cerro, ya herido, él agarra mi casco que había quedado cerca mío y se lo lleva a su país cuando finalizó la guerra.

¿Pensó en algún momento, durante estos años, cuándo iba a ser el día que recupere su casco?
La verdad que no, Nunca me pregunté por la existencia de este soldado al que nos referimos cuando a mí me bajan herido del cerro. En ese entonces le di la mano y nos saludamos. No me acordaba ni del nombre ni de la cara; era un soldado que me estaba controlando. Se fue y nunca más supe nada de él hasta hace unos meses que me mandó un mensaje que dice textual: «Hola Héctor, mi nombre es Andy, cuando era un joven Royal Marine te conocí a tí y a tu amigo durante la batalla del Monte Harriet en las Malvinas, si recuerdas, intercambiamos cascos (porque quería un recuerdo de nuestra reunión) cuando vinieron a despejar la montaña, me devolviste mi casco, ahora me gustaría devolverte tu casco. Un amigo mío dice que son valiosos para los coleccionistas, pero me lo prestaste hace treinta y siete años. Así que ahora quiero que lo recuperes”.

¿Cómo tomó la noticia del retorno de su casco?
Fue grandioso y lo primero que pensé fue: «¿Cómo? Después de esta Guerra también hay actos heroicos, nobles como este». Porque pudo habérselo quedado. Sin embargo, y gracias a que adentro del casco está escrito mi nombre, apellido, grado y número de documento, Andy me rastreó y gracias a Marta Ransanz, una mujer malvinera de corazón, logré reunirme con mi casco.

¿Qué sintió su familia cuando se enteraron de esta historia?
Estaban todos muy emocionados, sobre todo mi señora. Tengo dos hijos adultos que viven por su lado y yo vivo solo con ella en Gualeguaychú. Era hablar todos los días de lo mismo: del casco, de esta ansiedad que hasta hoy existe. Para mí dejó de ser un objeto metálico de protección del soldado y pasó a ser un símbolo de que hay actos buenos y nobles después de una guerra.



Salvador Arzak

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