Dolores Costa Brizuela tuvo una vida fuera de lo común. En principio porque unió su destino al de Justo José de Urquiza, el vencedor de Caseros y primer presidente constitucional de la Argentina. Pero además porque de la biografía de esta mujer se desprenden méritos personales. La escritora Graciela Gliemmo sugiere que otra hubiera sido la historia del país, incluso, si Dolores no hubiera entrado en la vida del General.
En “Dolores Costa y Justo José de Urquiza”, una novela histórica publicada en 1999, Gliemmo habla de una “apasionante historia de amor” que tiene la particularidad de marcar el curso de la historia del país en la segunda mitad del siglo XIX. Allí se relata una historia de amor romántico en la cual el hombre poderoso de su época, alguien maduro que tiene fama de mujeriego, cae rendido ante los encantos de una jovencita de pueblo, sin rango social, quien se convertirá en la dueña del corazón del General.
Se desprende de este relato que “Dolorcita”, como le llamaba cariñosamente Urquiza, cumple un rol político indirecto en el período de la Organización Nacional, al transformar la personalidad de quien asume la empresa de dotar al país de un orden constitucional.
Al domar afectivamente al impetuoso hombre fuerte, al convertirse en su sostén emocional, sosegándolo y haciendo que encuentre su centro, Dolores Costa influye en la política del país al hacerlo con su principal arquitecto. En un sentido Dolores está en las antípodas de Encarnación Ezcurra, la esposa de Juan Manuel de Rosas, considerada una espada política del régimen instaurado por el bonaerense.
Las dos fueron esposas de personalidades políticas de peso, que marcaron una época. Pero tuvieron roles distintos y acaso se pueda hablar de que simbolizan arquetipos femeninos antitéticos. Para algunos historiadores Rosas y su mujer hacían un equipo político único e inauguraron en la historia argentina los “matrimonios en el poder”. Se diría que constituían un poder bicéfalo y muchos le atribuyen a Encarnación la autoría intelectual de la polémica Mazorca, una especie de policía política del régimen rosista.
La imagen que proyecta Dolores es la de la esposa que presta un apoyo incondicional al caudillo entrerriano, al cual secunda en su empresa política, aunque en un plano más doméstico. Ella es la que comprende a Urquiza y la que, de una manera deferente, lo ayuda a encarar los golpes de la vida y las desilusiones políticas. “Dolores no ha puesto inconvenientes a los deseos y sueños del hombre que ama, que son sus propios sueños y deseos”, relata Gliemmo.
Pareja despareja
Hacia 1851 los sueños del gobernador de Entre Ríos son ambiciosos. Como federal pretende equiparar a las provincias y al mismo tiempo dotar a los argentinos de una Constitución. Pero para eso debe vencer un escollo: derrotar a Rosas que representa el poder absolutista de Buenos Aires.
El destino ha querido que él estuviese en el sitio y en el momento histórico adecuado. Entre Ríos es la única que puede desafiar la arrogancia porteña. No sólo dispone de riqueza, sino que es el segundo territorio con más población.
Recio militar, probado en muchas batallas, y de hecho venerado por su ejército, Urquiza es también un exitoso y visionario empresario, dueño de grandes extensiones de campo, al punto que su fortuna es la segunda después de la de Rosas. Pero el jefe político de Entre Ríos no vive en familia y es reacio al matrimonio. Pasa el mayor tiempo en los cuarteles, devenidos en hogares ambulantes. Sin embargo, el General tiene 12 hijos naturales, resultado de la pasión y de la vida afectiva irregular.
Aunque se ha preocupado por ellos, ayudando a sus madres, no le entrega el corazón a nadie. La soltería de Urquiza es una leyenda en la época. Pudiendo trabar alianza con mujeres de linaje, las ha despreciado a todas. Domingo F. Sarmiento le aconseja en una carta que se busque una mujer de buena posición, y viuda si es posible.
Urquiza lleva una vida privada desbordada, anda a los saltos, dominado por el ímpetu. Quiere organizar el país, pero organizar su vida le resulta imposible. A su edad madura necesita una compañera que no sea una aventura más y a la cual pueda unirse para el resto de la vida. Fue entonces que en uno de los viajes a Gualeguaychú -villa a la que convierte en ciudad y plataforma militar para acometer la campaña contra Rosas-, el General de 51 años, durante una fiesta, queda prendado de una joven muchacha de 19 años, hermosa y llena de gracia.
Urquiza saca a bailar a Dolores y según los testimonios aquello fue amor a primera vista. Pero la asimetría es evidente. Teniendo en cuenta la edad, esa chica bien podría ser la hija del General. Además, él es un hombre célebre, es dueño de una de las principales fortunas del país y va camino a convertirse en personaje histórico relevante, mientras que ella pertenece a una familia que no posee tanto dinero ni puede ostentar linaje.
Dolores es hija de Micaela Brizuela, cordobesa, y de Cayetano Costa, genovés, patrón de barco en la empresa naviera de Urquiza. En el acta de nacimiento, se afirma que Dolores es natural de Buenos Aires. Es muy probable, entonces, que sus padres se hayan asentado en Gualeguaychú siendo ella muy pequeña.
El relato novelado de Gliemmo, respecto de esta pareja despareja, es elocuente: “Ella pertenece al conjunto anónimo del pueblo, por eso se ha confundido hasta ahora con el resto de las muchachas de Gualeguaychú. Él es ilustre y, aunque quisiera, no podría pasar inadvertido. Ella ha sido educada para ser dócil, obediente y buena. Él ha aprendido a opinar y a ordenar en alta voz. Ella debe ser pudorosa y esconder todo arrebato de pasión: es una mujer. Él puede y debe tomar la delantera: es un hombre. En una sociedad con roles tan prolijamente distribuidos, las transgresiones son pocos frecuentes y, cuando ocurren, producen escándalo”.
El complemento ideal
En muy pocos meses la vida de Dolores ha pegado un violento giro, al convertirse en mujer del vencedor de Caseros y verdadero padre de la Organización Nacional bajo el sistema republicano y federal.
Desde 1851 compartirá con Urquiza sus últimos dieciocho años, hasta la tragedia que terminó con él en forma cruenta. Juntos construirán una familia numerosa -11 hijos- y la historia atestigua que Dolores devino en el complemento del General. Ella era la parte que le faltaba, “la mujer que sí lograría quebrar su sostenido destierro afectivo y lo convertiría en un verdadero padre de familia y en un inusual esposo”.
Dolores acompañará a Urquiza en sus viajes, le dará hijos, será su confidente, participará en las decisiones políticas y será la “señora del Palacio San José”, el lugar en el mundo de Urquiza, ese deslumbrante enclave, devenido en hogar y en residencia gubernamental, adonde arribaron personalidades ilustres de la época de argentina y de distintas parte del mundo.
Buenos Aires estropea el sueño de Urquiza de integrar federalmente al país. El puerto no quiere abandonar su proyecto hegemónico y le declara la guerra al entrerriano. Urquiza libera a los porteños de Rosas, peros éstos lo consideran su enemigo.
La prensa de Buenos Aires lanza una campaña de desprestigio. Percibe la importancia que cobra Dolores en la vida de Urquiza, ve que allí está su talón de Aquiles y entonces la difama. Eso al General, según los testimonios, le revuelve la sangre.
El enfrentamiento entre el ejército de la Confederación Argentina y las tropas porteñas en la histórica batalla de Pavón, ocurrida el 17 de septiembre de 1861, marca el eclipse del cautillo entrerriano. Urquiza se retira del campo de batalla, dejándole el triunfo a Bartolomé Mitre. La gente que daba la vida por el entrerriano se siente decepcionada. Muchos lo acusan de traición.
El final
El héroe de Caseros cae en desgracia. Su ahijado político Ricardo López Jordán desafía su jefatura y trama un plan para eliminarlo. La amenaza se concreta el 11 de abril de 1870. La familia Urquiza es sorprendida en el palacio San José por un contingente que grita “¡Muera el tirano! ¡Viva el General López Jordán!”.
Dolores, acompañada de sus hijas, presencia con terror el asesinato de su compañero de la vida. Han matado también en Concordia de una manera salvaje, a la misma hora, a dos de los hijos mayores del General. Ella no pudo olvidar jamás la escena de la tragedia y las horas que siguieron al asesinato con los bandidos adueñados de la residencia realizando desmanes.
Dolores tenía alrededor de 36 años al quedar viuda. “Es duro vivir sin su General –cuenta Gliemmo-, porque lo ha amado mucho, porque han organizado juntos esa histórica familia, porque han compartido miedos, secretos, ilusiones. Habían tejido alianzas entre ellos, fuertes lazos que lograron llevar adelante 18 años de vida en común”. Pero ella no va a permitir que desbaraten ni la fortuna ni el hogar de los Urquiza. “Era joven, poderosa, podía llevar una vida cómoda y vivir de las rentas que le proporcionaban los bienes heredados, sin embargo, eligió el camino más difícil, dedicó su vida para que los culpables del asesinato fueran juzgados y para que se reconocieran los méritos políticos y militares de su esposo”, señalan las historiadoras Ana María Pepino Barale y Susana de Domínguez Soler.
Dolores se radica en Buenos Aires después del asesinato de su esposo, para terminar de criar a sus hijos, administrar los bienes y cuidar la memoria del General. La sociedad porteña, que la cuenta entre sus benefactoras, la acepta finalmente. Fallece allí el 8 de noviembre de 1896.
Marcelo Lorenzo