El mes de la Memoria y la Pandemia

No hace mucho leí un artículo que hacía referencia a lo dicho por Margaret Mead, una importante antropóloga estadounidense, sobre cuándo y en qué encontramos el primer rastro de humanidad. En otras palabras, ¿a partir de qué momento se puede afirmar que estamos en presencia del hombre? Las respuestas que podemos imaginarnos son varias: una piedra tallada, una pintura, restos de cerámica, armas, herramientas… es decir, elementos que dan cuenta de una presencia “inteligente”. Pero, por el contrario, la respuesta fue otra.

El primer testimonio, según Mead, es un hueso humano cicatrizado, el de una persona que sobrevivió a un ataque o a un accidente, cosa absolutamente imposible en un mundo primitivo y salvaje, si no es con la ayuda de otro. Entonces podríamos hablar de “humanidad” a partir del momento que encontramos rastros de solidaridad, desde que comienza a existir un “otro” que es capaz de ayudar y de jugarse por su semejante, y más aún, si ese semejante está debilitado o en desgracia. Esto nos distingue como seres humanos y como sociedad.

El 24 de marzo de 1976 se produjo un golpe militar que apuntó directamente a quebrarle un hueso a la sociedad argentina para que, tirada y en soledad, gran parte de ella sea comida por los lobos. De este modo se quitó al conjunto del pueblo su principal fuente identitaria: la solidaridad. Esto tuvo consecuencias a futuro y es lo que debemos pensar.

La sociedad ya no volvió a ser la misma. Todas las personas, instituciones o grupos humanos fueron transformados radicalmente a partir de esta experiencia traumática que algunos autores califican como genocida. En esto reside la importancia de la memoria, no como algo meramente evocativo sino para reflexionar y encontrar los cauces que nos permitan ser más humanos. ¿Cómo fue posible que se naturalizara la tortura, el secuestro y la desaparición de personas? ¿Cómo fue posible que se asesinaran sacerdotes, obreros, abogados, periodistas, docentes… y las instituciones a las que pertenecían callaran (en el mejor de los casos) o avalaran en complicidad estos actos? ¿Cómo fue posible que el amigo, el vecino, el compañero de trabajo pasara a ser un sujeto sospechoso y que en muchas situaciones se lo denunciara sabiendo que esto podía llegar a tener consecuencias tremendas? ¿Cómo fue posible que personas “tan parecidas a nosotros” pudieran “machacar la sustancia humana” hasta límites impensados? ¿Cómo fue posible que tiraran gente viva de los aviones? Señalo solo esto, con dolor, pero también con vergüenza y pudor porque me acuerdo del “algo habrán hecho” o del “por algo habrá sido”.

Cuarenta y cuatro años después, estamos viviendo una situación extremadamente grave por todos conocida y sufrida que es la contracara de la experiencia genocida señalada. Hoy muchos están luchando por el otro, por nosotros y por todos: trabajadores y trabajadoras de la salud, empleados municipales, recolectores de residuos, comerciantes, policías, bomberos, ingenieros, sanitaristas, aviadores y la lista sigue… Para todos ellos nuestro agradecimiento porque nos reconcilia con lo que somos y nos acerca a aquel primer hombre que, aún a riesgo de su propia vida, recogió a su hermano en desgracia.



Osvaldo Delmonte

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