Gustavo Van Zandweghe, esculpiendo la naturaleza

Cuando era sólo un tronco tumbado al costado del camino que conduce a la laguna del parque, también llamaba la atención. Los gurises lo montaban cual bestia dormida, caminaban sobre el lomo, se sacaban fotos… pero ahora, que fue convertido en una escultura interactiva, el tronco se convirtió en emblema del parque Unzué. El autor de tal transformación es un hombre que primero se atrevió a cambiar él.

Gustavo van Zandweghe es rosarino y tiene 55 años. Hace poco más de una década aceptó hacerse cargo de tres sucursales de la empresa de comunicaciones donde trabajaba y junto a Daniela, su pareja y madre de sus tres hijos, se mudó a Gualeguaychú.

El tiempo pasó. Lucas, Agustina y Lorenzo crecieron y se fueron de la casa. “Llegó un momento que los chicos ya habían formado su familia, habían nacido las nietas y nos encontramos solos como pareja nuevamente, no le veía sentido trabajar y viajar tantas horas para la empresa, entonces decidimos armar una etapa nueva de nuestra vida”, contó Gustavo.

“Como veníamos haciendo artesanías para regalar en acontecimientos, decidimos potenciar eso. Arreglé la salida de la empresa, compramos un terreno, cabaña y empezamos a generar nuestros ingresos a partir de nuestro trabajo. No volvimos a Rosario porque teníamos las nietas acá, así que arrancamos de cero el proyecto en Gualeguaychú”, resume Gustavo, cuya rutina laboral cambió por completo. Los fines de semana participa, junto a Daniela, de una feria de artesanos y durante la semana trabajan la madera.

El germen
En Rosario, Gustavo creció al lado de una carpintería, lo cual le permitió mantener un contacto constante con la madera y familiarizarse con el olor del aserrín, el sonido de las sierras, la forma de las herramientas… Además, tenía un tío que fabricaba barcos a escala y eso a él lo fascinaba. Algunas veces se escapaba de la escuela para ir a la casa de su tío y ser testigo directo del nacimiento de aquellos barcos.

Llegó un momento en el que trabajar la madera se convirtió en un hobby para Gustavo: “Empecé a investigar un poco más y descubrí que uno de mis abuelos, quien para mí solo había sido empleado municipal, tuvo una fábrica de juguetes de madera; y el otro, que para mí solo había sido actor, también fue ebanista. Algo traigo en los genes”.

El árbol
Cuando se cayó hace unos cinco años, medía más de 20 metros, pero a medida que fueron cortando las ramas que habían caído sobre la calle, fue perdiendo volumen hasta convertirse en una pieza de 12 metros.

“Apenas lo vi me interesó intervenirlo; llevé una carpeta al municipio pero no fue atendido, pero este año me convocó el director de Espacios Públicos y así nació”, dijo Gustavo tras la culminación de la obra, y adelanto que “desde hace tres años empezaron a guardar algunos troncos grandes para intervenirlos más adelante”.

Al ser consultado sobre cuándo se abandona una obra de estas características, cuándo se decide no tocarla más, este artista admitió que “la decisión de no tocar es todo un tema porque uno ve la pieza, hace el boceto con las ideas que surgen pero cuando empezás a intervenir le hacés un retoque, sacás, agregas… por ejemplo: donde dice ‘Gualeguaychú’ iban otros animales pero como vimos que mucha gente se sentaba y sacaba fotos noté que era una oportunidad para mostrar la marca ciudad, entonces se lo propuse a la gente de Espacios Públicos y me dijeron dale para adelante”. Sin embargo, Gustavo aclaró que todo esto no significa que un futuro se le puedan agregar detalles: “Creo que debería tener vida, no quedar estancado”.

El Municipio de Gualeguaychú colaboró en los momentos que fue necesario quitar un pedazo grande de tronco o remover tierra. “La experiencia fue fenomenal, se siente una gran satisfacción ver que los chicos juegan, verlos fuera de las redes tocando la madera, haciendo equilibrio, metiéndose por la raíz, eso busca la interactividad, te llena completamente”, asegura el escultor que trabajó durante poco más de cuatro meses, tres horas cada mañana para culminar su obra.

El trabajo con la madera es, para Gustavo, un proyecto de pareja, de familia. Es atreverse a hacer las cosas que tienen ganas de hacer, que disfrutan, de la mejor manera posible y que ese círculo se cierre cuando otra persona recibe la obra.

“Es formidable que uno tenga proyectos, tenemos 55 y 53 años, pero veíamos que mayormente hay ausencia de proyectos, estamos en una vorágine que no nos permite pensar, vamos arrastrados y la idea era hacer algo distinto para inspirar a nuestros hijos”, confesó Gustavo y culminó la charla con la siguiente afirmación: “Se puede cambiar, se pueden generar cosas nuevas cuando uno decida, solo hay que dar el pasito”.


Sabina Melchiori

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