Los secretos de la estatua ecuestre del General José de San Martín

El 17 de agosto de 1850, pasadas las 15 horas, Don José de San Martín daba el último aliento de su vida en la lejana ciudad francesa de Boulogne-sur-Mer, tras 26 años de exilio voluntario en tierras europeas. Dejaba el mundo de los mortales en compañía de su querida hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce, sus dos nietas: Josefa Dominga y Mercedes Tomasa, su médico (el doctor Jordán) y Javier Rosales, representante de Chile en Francia. Acorde a su última voluntad, el cortejo fúnebre fue humilde y silencioso y sus restos reposaron brevemente en la Basílica de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, para luego ser trasladados a la bóveda familiar de los Balcarce en la ciudad francesa de Brunoy. Su deseo testamentario, a su vez, fue que su corazón descansara en Buenos Aires, anhelo que fue cumplido recién en 1880 durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. Mientras tanto, el reconocimiento y los homenajes al libertador americano comenzarían a ser planeados en esta parte sur del globo terráqueo.

El primer intento de rendirle tributo fue al año siguiente de su muerte, cuando el general Justo José de Urquiza decretó el 16 de julio de 1851 la erección de una columna conmemorativa en la plaza central de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. El proyecto fue dictado tan solo dos meses después del pronunciamiento de Concepción del Uruguay contra Juan Manuel de Rosas que precipitó en la batalla de Caseros, motivo por el cual el proyecto de homenaje a San Martín quedó trunco.

La segunda propuesta de monumento en honor al Libertador data de 1856, pero esta vez provendría del otro lado de la cordillera de los Andes. Benjamín Vicuña Mackenna escribió en diciembre de aquel año en las páginas de El Ferrocarril la siguiente declaración: “Hemos visto hace pocos días, surgir el noble pensamiento de consagrar estatuas de O´Higgins, a Carrera y al ilustre estadista Portales. Nunca se inició entre nosotros una empresa más simpática y generosa; todos los chilenos nos hemos asociado a ella de corazón. Pero ese bello pensamiento ha quedado incompleto y como truncado. Le falta su más alta personificación, falta a la figura de bronce de su base de granito y su cúspide de laurel, falta al monumento el nombre de San Martín”.

Las palabras del historiador tuvieron su eco en las autoridades chilenas, quienes tornaron en ley su voluntad: nombraron a su vez una comisión pro monumento que contaba entre sus miembros, nada más ni nada menos, al General Juan Gregorio de Las Heras. Rosales, en representación de la comisión, fue el encargado de firmar el 21 de noviembre de 1857 el contrato con el escultor francés Louis-Joseph Daumas. Nacido en la ciudad de Tolón en 1801, había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de París y fue discípulo del reconocido David d’Angers. El boceto en yeso fue terminado en 1859, al año siguiente ya se encontraba fundido en bronce y en 1861 arribó a Chile. Sin embargo, recién fue inaugurado el 5 de abril de 1863, en el aniversario de la batalla de Maipú.

Las autoridades de la ciudad de Buenos Aires enteradas de la empresa chilena, en 1860, dispusieron la inauguración de un monumento al Padre de la Patria. Para el emplazamiento de la estatua se eligió la Plaza de Marte (actual Plaza San Martín) contigua a los cuarteles de Retiro, lugar en donde se gestó el Regimiento de Granaderos. Rápidamente se constituyó una comisión y los trabajos de embellecimiento del paseo público fueron encomendados al ingeniero Nicolás Canale. A su vez, fue contratado Daumas para fundir nuevamente la estatua del General, en este caso, introduciendo dos modificaciones al boceto chileno: en aquel, San Martín exhibe con su mano derecha la bandera libertadora.

En el caso de la versión argentina, la mano derecha se alza en lo alto y con su índice señala el camino de la libertad. La otra diferencia radica en la cola del animal: mientras que en el ejemplar chileno la cola se encuentra hacia abajo, apoyándose sobre el pedestal con la finalidad de asegurar su estabilidad ante los movimientos sísmicos que sacuden regularmente a Santiago. En la versión porteña la cola se encuentra suelta hacia el viento.
La estatua arribó desarmada a la Argentina en abril de 1862 y el 13 de julio fue inaugurada, como corolario de un multitudinario acto público. Aquel día, la plaza se vistió de banderas azules y blancas y contó con la presencia de las tropas de línea y de los veteranos de la guerra de la independencia entre los que se hallaban el General Enrique Martínez (padrino de la ceremonia), Tomás Guido, Ángel Pacheco y Lucio Mansilla (comandante de la guardia de veteranos). El acto fue encabezado por el General Bartolomé Mitre, gobernador de la provincia de Buenos Aires y representante del Gobierno Nacional.

El escultor francés Daumas ejecutó su escultura siguiendo los cánones de la estética académica. San Martín es representado tal como era su semblante a la edad en la cual llevó a cabo la campaña libertadora de Chile. De rostro sereno, pero decidido luce patillas largas y su sombrero falucho. Viste una guerrera con faldón prendido al medio. Luce en sus hombros las charreteras de general y una banda cruza su pecho. Por último, lleva botas granaderas con espuelas. En cuanto al caballo, existen diferencias con respecto al corcel criollo que usó el general en aquella gloriosa contienda, básicamente porque el artista no pudo contar frente a él con un ejemplar de aquella raza, y se manifiestan en especial en la cola, algo inexacto en la anatomía de los caballos criollos.

Más allá del rigor histórico, la figura ecuestre revela la audacia del general, alzando sus patas delanteras en el aire y junto a su cola suelta al viento le brinda un bello dinamismo a la composición. La estatua fue colocada en sus orígenes sobre un pedestal de mampostería revestido en mármol y se hallaba cercada por una reja de hierro rematada en sus extremos con farolas. Originalmente la figura observaba hacia oriente, por lo cual San Martín señalaba con su dedo índice las calles Maipú y Chacabuco, victorias decisivas en el plan emancipador.

Ya en 1910 se cambiaría su dirección hacia occidente, indicando la Cordillera de los Andes y a su vez se modificó su pedestal, se lo amplió y de los revistió con granito rojo lustrado. Además de complementarlo con grupos escultóricos y relieves en honor a los ejércitos de la Independencia. Esta intervención artística correría por cuenta del escultor alemán Gustav Eberlein.

Con el advenimiento del nuevo siglo, las provincias argentinas comenzaron a planificar los adeudados homenajes al Padre de la Patria. La primera de ellas fue Santa Fe, que propuso en 1901 la inauguración de una estatua en su ciudad capital. En julio de aquel año se constituyó la comisión de homenaje presidida por Carlos Aldao y que contaba como presidentes honorarios a Bartolomé Mitre y José Bernardo Iturraspe, este último gobernador de Santa Fe.

Para los trabajos artísticos, se solicitó a la Municipalidad de Buenos Aires una copia de la estatua ecuestre de Retiro, pero para lograr la réplica no se acudió al molde original de la escultura, sino que se procedió a ejecutar un sobremoldeado empleado sobre la propia estatua. Las voces contrarias a tal decisión comenzaron a poblar diarios y revistas, protestando sobre el hecho de realizar una copia y de no acudir a un llamado a concurso de artistas para el logro de una obra de arte única y original: el libertador, decían, se merecía esculturas novedosas en cada ciudad capital de la Argentina, no reproducciones, lo que llevaba a su vez a desvalorizar el fuste artístico de cada pieza.

Los herederos de Daumas –fallecido en el año 1887– reclamaron que les fueran reconocidos los derechos de autor por cada reproducción que fuera a ser ejecutada, ruego que naturalmente fue desatendido. Finalmente, la estatua santafecina fue fundida en el Arsenal de Guerra e inaugurada el 30 de octubre de 1902 en un acto que contó con la presencia del presidente Julio Argentino Roca y en la que fue exhibido el sable corbo de San Martín, la bandera patria del Ejército de los Andes y se escuchó por primera vez la música de la Marcha de San Lorenzo.

La segunda ciudad argentina en solicitar una copia de la obra de Daumas fue la ciudad de Mendoza. La idea surgió luego del tedeum que fray Pacífico Otero rezara el 9 de julio de 1902 en aquella ciudad cuyana. Por ser cuna del ejército de los Andes, el ruego de Otero —que a posteriori dejó los hábitos, se recibió de abogado, contrajo matrimonio y fundó el Instituto Sanmartiniano— caló hondo en el orgullo mendocino, por lo que las autoridades provinciales decretaron el 20 de agosto de aquel año la erección del monumento al General San Martín. Se formó una comisión que solicitó a su par santafecina la autorización para hacer uso del molde de García y nuevamente fue fundida en bronce en el Arsenal de Guerra. El acto inaugural fue celebrado el 5 de junio de 1904.  Sin embargo, estas dos no serían las únicas copias ejecutadas sobre el molde de García, el cual posteriormente fue adquirido por el Ministerio de Guerra. En total, al día de la fecha, se realizaron 57 copias en el país y 13 ejemplares fueron obsequiados a países extranjeros.

La provincia de Entre Ríos cuenta con siete estatuas ecuestres de San Martín en las ciudades de Paraná, Concepción del Uruguay, Concordia, VIctoria, Colón, Gualeguay y Gualeguaychú.

La estatua de San Martín en Gualeguaychú
A Entre Ríos las estatuas llegaron por vapor, desarmadas y en cajones sumamente pesados, al puerto de Concepción del Uruguay y luego distribuidas por ferrocarril u otros medios. Se fundían en bronce seccionadas y luego soldadas, pero de los talleres salían en tres o cuatro partes: El jinete, el cuerpo y la cabeza del caballo y la cola, que era lo último que se enroscaba y que por su tamaño hacía de contrapeso, totalizando unas dos toneladas, a pesar de ser huecas.
Cada municipio debía encargarse por su cuenta de la construcción del pedestal y su ornamentación.

En Gualeguaychú, a principios de 1910, la comisión encargada de presidir los festejos del centenario de la Revolución de Mayo se reunió con frecuencia para tomar diferentes resoluciones relacionadas con el acontecimiento; una de ellas fue la de erigir la estatua ecuestre de San Martín.

El sitio elegido para la ubicación del novedoso monumento fue el centro de la plaza mayor, denominada por aquel entonces Independencia, en el lugar ocupado por una columna conmemorativa de los días históricos de la República y de la provincia de Entre Ríos que había sido inaugurada el 9 de julio de 1879.

Tras demolerla, el pedestal y los escombros sirvieron para construir un nuevo basamento, obra del escultor porteño Antonio Soatti. En tanto, surgieron una serie de propuestas sobre la nomenclatura de las calles que convergían en el centro de la plaza. Las crónicas de la época indican que se sugería que estas denominaciones se relacionaran con acontecimientos nacionales alusivos a la lucha por la Independencia. El Municipio decidió bautizar con el nombre de Maipú, uno de los triunfos del Gran Capitán a la calle que hoy se conoce como Luis N. Palma y que esta última tomara el nombre de aquélla.

Otro de los debates fue el de la orientación del monumento, ya que cada punto cardinal tenía una connotación específica y una simbología determinada. Finalmente se decidió colocarlo mirando hacia el sur para recordar de esta manera también a Justo José de Urquiza, representado en la zona de la plaza principal mediante su batalla más gloriosa e importante: la de 3 de Febrero, nombre que ya por ese tiempo tenía la calle que nace justo en la mitad de la plaza y que es señalada por el dedo índice de la mano derecha de San Martín. Pese a estar previsto para el 25 de mayo, el monumento se inauguró cuatro días después.

La imagen del General descansa sobre un pedestal que simula una gran roca. El caballo se apoya sobre sus dos patas traseras. Respecto a la posición del caballo, en tales esculturas, suele dársele una interpretación simbólica: si el caballo tiene dos patas en el aire, la persona murió en combate; si el caballo tiene una de las patas frontales en el aire, la persona murió de heridas recibidas en combate; si tiene las cuatro patas apoyadas, fue muerte natural. Esto no se cumple, lo que indica que tendría más que ver con el proyecto y la técnica del artista que con la interpretación que se da por la posición del caballo.
Otros ornamentos completan el conjunto escultórico: una alegoría al Sol de Mayo (símbolo de la naciente nación) y una palma de laureles de bronce (la gloria). Sobre las rocas, hay un cóndor que tiene entre sus garras una bandera argentina y una placa con un fragmento de Nido de Cóndores en el que Olegario Víctor Andrade sintetizó la magnitud de la figura sanmartiniana en estos versos: «El cóndor lo miró, voló del Ande a la cresta más alta, repitiendo con estridente grito: “¡Éste es el Grande!».

El General Don José de San Martín es, de nuestros próceres, quien mayor cantidad de homenajes en el bronce ha recibido a lo largo de nuestra historia independiente. El olvido o la indiferencia que le dispensó Argentina en vida, de aquella nación que vio consolidar su independencia gracias a su genio y arrojo, saldó en el bronce inmortal tamaña deuda con el Padre de la Patria y lo hizo con creces.


Fuentes y fotografías: Revista Legado (AGN), historiadora Delia Reynoso,
museóloga Natalia Derudi y Fondo Documental Plaza San Martín

Notas relacionadas