La desconocida historia de Eduardo “Lalo” Raymundo Rey

Nació y creció en Gualeguaychú y por distintas circunstancias emigró a Buenos Aires. Era obrero metalúrgico en la autopartista Del Carlo cuando fue secuestrado luego del Golpe Militar de 1976. Hoy los retazos de su historia vuelven a su ciudad, para quedarse, definitivamente, en la memoria de su pueblo.

El cambio de estación no había comenzado de la mejor manera en el año 1976. Con el verano ya retirado y a pocos días de iniciado el otoño, el país se sumergía en un oscuro y brutal golpe de Estado, orquestado por la cúpula militar con acompañamiento civil y eclesiástico. Lo peor, para miles de argentinos, estaba por venir.

“Lalo”, a quién sus padres habían bautizado como Eduardo Raymundo Rey, era el menor de los cuatro hermanos varones que junto con las cinco hermanas completaban el frondoso álbum familiar. Había nacido el 7 de enero de 1929 en Gualeguaychú, ciudad que abandonaría pasado los veinte años. Sus padres, Emma Elvira Bentancourt y Julio Benjamín Rey, más conocido como “Ramón”, quien tenía su taller de herrería junto a su vivienda, en la zona de la actual Terminal de Ómnibus.

Familia de herreros los Rey, que luego se convertirían en obreros fabriles en la gran Ciudad. La vida, la necesidad, la esperanza, llevaron a Héctor Inocencio primero y luego a Eduardo Raymundo a la zona norte del Gran Buenos Aires. Allí “Lalo” abrazó la política, la preocupación por sus compañeros, por su barrio. Allí, en sus tardes libres, se aferraba a su compinche, la guitarra.

Reconstruir una historia con otras
Indagar sobre la vida de una persona, como una biografía, no es una tarea sencilla. Siempre late en el silencio alguna anécdota, una vivencia, un gesto. Conversando con uno de sus sobrinos, Julio César Rey, y quien, a través de su propia experiencia como obrero y delegado sindical, nos permite tejer una semblanza de su familia y, claro, de su tío Lalo. César nos detalla: “Mi viejo trabajaba para el Ministerio de Obras Públicas de la Nación. En ese momento había como una delegación local acá en Gualeguaychú. Después del golpe del año 1955 que derroca a Perón, lo trasladan a Buenos Aires, a trabajar a Retiro. Y ahí vamos todos. Mi padre, mi madre y mis cinco hermanos. Yo tenía 7 años en ese entonces” nos dice Julio Cesar, más conocido por su segundo nombre. Cosas de los Rey esta sutil gestión de los nombres. Además, añade: “Nos fuimos a vivir a un barrio muy humilde, en San Fernando, zona norte de la provincia de Buenos Aires. Mi viejo era herrero como mi abuelo y ejercía el oficio en el poco tiempo disponible. Luego de dos años, más o menos, nos mudamos por ahí cerca y, posteriormente, a lo que sería nuestro domicilio definitivo, también situado en el mismo distrito” explica Julio y agrega: “Poco tiempo después empiezan a aparecerse mis tíos paternos y maternos, de apellido Leonardi, la familia de mi mamá, también de Gualeguaychú”.

Entre los Rey va a desembarcar el “tío Lalo”, que para ese entonces tenía 26 años. Allí comienza a trabajar en un taller sobre calle Centenario, en la zona de Beccar, partido de San Isidro, y luego se transformaría en obrero metalúrgico al ingresar a la fábrica Del Carlo, una autopartista ubicada en la misma zona.

La década del setenta lo encontró a Eduardo en la zona norte del conurbano bonaerense, más precisamente en el barrio “Los Troncos” de Gral. Pacheco, donde había construido su casa. Por esos días se repartía entre el trabajo de obrero metalúrgico, su afición por el fútbol y las guitarreadas con los compañeros. Era de estatura mediana, serio pero amiguero y solía prestar su casa para las reuniones post encuentros futbolísticos. Estas se realizaban en el patio de su propiedad, de espacio generoso y rodeado de árboles, en donde se mezclaban las melodías con largos debates políticos y sindicales sobre la Argentina de justicia y dignidad obrera que aquellos años 70 eran capaces de soñar. En esos convulsionados años, a Lalo no se le conoce esposa ni hijos.

Secuestro, detención y desaparición
Seguramente, en aquel mes de abril y apenas transcurridos veintiún días de iniciada la cruenta dictadura militar, no esperaba el desenlace que tuvo su existencia. No supimos si lo imaginó o lo vio venir o si tal vez alcanzó a comentarlo con alguien. Probablemente, lo tomó por sorpresa la noche que un camión militar, cargado de soldados, se hizo presente en la puerta de su domicilio.

Lo que seguramente tenía claro es que el motivo de tal deshonrosa “visita” tenía que ver con su militancia y participación gremial, de eso no hay lugar a dudas. Posiblemente el “pecado” que había cometido fue preocuparse por alguna situación irregular en la fábrica o el haber salido en defensa de algún compañero que lo necesitaba. Esas actitudes que son propias de alguien comprometido con la construcción de un país más justo y que ponían, en ese contexto político, su integridad física en riesgo.

Eduardo Raymundo Rey fue secuestrado el 14 de abril de 1976 en un operativo en el que también fueron detenidos otros 5 trabajadores de la fábrica metalúrgica Del Carlo: Alberto Coconier, Eduardo Barrios, Juan C. Álvarez, Lucía Rey y Stella Maris Vega de Luzi. Todos ellos fueron llevados a “El Campito”, el Centro Clandestino de Detención que funcionaba en la Guarnición militar de Campo de Mayo, uno de los más grandes y letales, por el que pasaron más de 5 mil detenidos y sólo sobrevivieron 43.

Cabe remarcar, que aquel lejano 14 de abril alguien decidió, como un todopoderoso, que la vida de Lalo debía apagarse. En la casa quedaron indicios de que habría sufrido vejámenes antes de ser llevado en contra de su voluntad. Además, desvalijaron y destrozaron su vivienda y hasta su vehículo formó parte del botín con el que se alzaron. Entre los objetos más preciados que se llevaron esa madrugada, de manera vil, estaba su compañera inseparable. Aquella que le regalaba, con sus acordes, los mejores momentos. Esa que fue testigo de largas noches, de risas y de llantos. Esa misma, que quizás hoy, en alguna estrella, siga sonando… Eduardo Raymundo Rey, ¡Presente! ¡Ahora y Siempre! Memoria, Verdad y Justicia.


Alejandro Rey

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