Su nombre, en realidad, era El encanto, pero la gente de la zona, haciendo caso omiso a esta denominación y poniendo el foco en el apellido de sus propietarios, lo llamaba “Lo de Impini”. Quedaba a 15 kilómetros de Larroque. Para llegar había que tomar el camino hacia el balneario Corralito, sobre el río Gualeguay. Allí, además de la actividad típica de un boliche de ramos generales de campo, había carnicería, se trabajaba en tareas agrícolas y ganaderas, los dueños tenían criaderos de cerdos y de pollos, vendían huevos y alimentos balanceados. Estas actividades conformaban el medio de vida familiar delos hermanos Juan y Luis Impini, quienes además se dedicaban a la huerta, pero solo para consumo familiar o para obsequiar a los amigos.
En un sector del lugar estaba la pulpería, cuyo horario de apertura (tanto entre semana como domingos y feriados) era ni bien aclaraba. Al mediodía, cuando ya no quedaban clientes, se cerraba y se abría después de la siesta. El horario de cierre, en cambio, era siempre incierto, dependía de cuántas otras copas quisiera seguir tomando el último parroquiano.
En el boliche existía el famoso fiado, los dueños anotaban en libretas lo que los clientes compraban y pagaban mensualmente. Por las tardes era común que algunos vecinos se acercaran al boliche y pidieran una copa mientras aguardaban la llegada de otros clientes para jugar un truco. Si los jugadores eran solo tres, se sumaba el bolichero. También en un tramo de la larga historia de este boliche, hubo cancha de bocha y a unos 500 metros, una pista de carreras cuadreras.
Los fines de semana, la gente se acercaba a caballo, en sulky o en auto, a pasar la tarde y truquear. Eran todos amigos, vecinos de la zona y no se notaba distinción entre peones y patrones.
Escribir para que la historia no se convierta en ruinas
Jorge Impini tiene 58 años, es abogado y pertenece a la cuarta generación de los Impini del boliche. Durante algunas vacaciones, trabajó como bolichero y fue de los que se sumaba a los partidos de truco cuando faltaba un cuarto jugador.
Hace poco, anunció en Facebook que va a ir publicando sus recuerdos del boliche. Su objetivo es conservar la historia, que las vivencias no se conviertan también en ruinas: “Hace unos años, ya más de diez, se quiso reflotar la pulpería, y hacerlo un lugar turístico, se puso en condiciones, se inauguró con una gran fiesta a la que concurrió mucha gente de la zona, incluso la que vivía en otros lugares volvió ese día. Fue un reencuentro. También se hizo el intento de ofrecer hospedaje, pero factores externos, fundamentalmente la falta de caminos en buen estado, no permitieron su continuidad”.
Tras este intento fallido de recuperación del lugar, a los pocos años quedó deshabitado, y ante la falta de mantenimiento fue decayendo. “Lo que para mí nunca decayó fue la historia del lugar. Por eso me decidí a escribir la historia que viví en el lugar y que representa la vida de los Impini alrededor del boliche. La decisión de escribir nació cuando me di cuenta de que en un par de años esta historia iba a desaparecer y solo quedarían anécdotas varias, contadas por terceros y no por quienes lo vivieron”.
El fuego encendido por 30 años
Algunos creen que es un mito, pero Jorge asegura que es real. En el boliche de Impini, durante tres décadas, el fuego nunca se apagó, y este miembro de la familia, testigo de aquellos años lo cuenta así: “El fogón estaba en una esquina del galpón, cerca de la entrada. Lo habían construido a desnivel, es decir, un poco más alto que el lugar donde se sentaba la gente alrededor.-Al lado se depositaba la leña que lo alimentaba. Si alguien andaba cerca y notaba que se iba quedando sin leña, le tiraba algún palo y lo reavivaba.
En ese lugar lo que más se hacía era calentar el agua en las pavas negras para las mateadas que comenzaban a la madrugada. Estaban los carniceros y repartidores de carne que salían en sulky casa por casa, a partir de las 3 de la mañana. Luego de terminar de cortar carne y antes de ordeñar, se volvía a calentar el agua para el mate. Después de ordeñar, también, y así durante el resto del día. Constantemente había agua calentándose para el mate, inclusive para quien se acercaba al galpón.- Era una costumbre de la gente del lugar. A esto le debemos agregar también las comidas que allí se hacían, sea en las famosas ollas negras de hierro o algún que otro asado a la parrilla.
También era habitual que carreros, troperos y camioneros utilizaran el fogón. Nunca se dejaba apagar el fuego, porque en la noche, después de la cena, se lo volvía a cargar con leña para que al levantarse en la madrugada con solo atizarlo, se reavivara. y nuevamente se le daba vida.- Esto hacia que el fogón estuviera encendido todo el tiempo. No es un mito, es una realidad de que el fogón del galpón de Impini estuvo encendido por muchos años, no sé precisar cuántos, pueden haber sido 20 o 30 quizás, pero fueron muchos«.
El día que el boliche se convirtió en maternidad
En el boliche vivía Luis Impini con su esposa Dora y sus hijos. Eran muy solidarios, solían recibir gente que venía de paseo, así como también, tender una mano al que necesitaba. Un día, un vecino llegó al boliche tocando la bocina de la camioneta con desesperación. A Luis, que estaba cerca, le llamo la atención, ya que no era común tanto alboroto. “Esta teniendo familia”, le dijo el hombre sin poder controlar sus nervios. Al acercarse a la camioneta, Luis vio a una mujer quejándose del dolor y en estado de parto. Entonces llamó a Dora y entre todos la ayudaron a bajar y caminar hasta la habitación más cercana. Con Luis y Dora como parteros, en el Boliche de Impini ese día nació un bebé.
A los cuidados médicos posteriores al alumbramiento los hicieron según las indicaciones que el doctor Luis Surraco, desde Larroque, les iba dando (afortunadamente en el boliche había un teléfono). Dora, que ya había parido cinco veces, siguió las instrucciones y luego mandó a la madre y al recién nacido al hospital de Larroque adonde llegaron en perfecto estado.
Sabina Melchiori
