Si alguien piensa que la idea de que la música puede curar es propia del siglo XX, estará cometiendo un error semejante al de Cristóbal Colón cuando, en busca de la India, puso proa con rumbo sudoeste. Claro que al navegante genovés el error le salió tan bien, que a falta de la India llegó al continente americano. Quien piense que el efecto positivo de la música se descubrió ayer nomás se estará perdiendo unos cinco mil años de historia: se remontan a la prehistoria los primeros rituales sanadores acompañados de percusión. De allí en más, los egipcios y hebreos tuvieron algo que ver con el asunto, los grandes filósofos griegos no se abstuvieron de opinar sobre el tema, durante el Renacimiento y el Barroco se experimentaron avances, en los siglos XVIII y XIX se relacionó por primera vez a la música con la medicina y en el siglo XX nace la musicoterapia, tal como la conocemos hoy en día.
A fines del siglo XIX, plena era colonial, el explorador francés Petrie descubrió en la ciudad de Kahum, Egipto, unos papiros que hablaban de los beneficios que la música traía al cuerpo humano. Esos papiros se remontan al siglo XVI antes de Cristo. Para el autor del rollo, la música era “capaz de curar el cuerpo, calmar la mente y purificar el alma”. Hasta la fertilidad de la mujer se veía favorecida, según el autor del texto, por los sonidos armónicos. Los hebreos utilizaban la música en casos de problemas físicos y mentales, y se considera que pusieron en práctica la primera sesión de musicoterapia.
En la Grecia clásica, ninguno de los filósofos top (palabra que se desconocía en la época) se privó de teorizar sobre estos temas. Sobre todo, Aristóteles, que desarrolló la teoría del ethos, siendo el ethos la costumbre, el carácter, la personalidad. En la teoría de Aristóteles, a cada tipo de carácter le corresponde una música determinada. La musicoterapia retomaría más tarde esta teoría, renombrándola “teoría de los modos griegos”. Esta teoría considera que los elementos de la música, como la melodía, la armonía o el ritmo ejercían unos efectos sobre la parte fisiológica, emocional, espiritual y sobre la fuerza de voluntad del hombre, estableciendo por ello un determinado ethos a cada modo o escala, armonía o ritmo musical.
Pitágoras investigó, por su parte, la relación entre música y matemáticas. De hecho, dividía el conocimiento en cuatro áreas: la aritmética, la geometría, la astronomía… y la música. Puesto a descubrir la relación existente entre la armonía musical y los números, el creador de la idea de “la música de las esferas” estableció que “la octava” de la escala musical (la que va de un do al siguiente do) tiene una proporción matemática de 2/1. También descubrió qué clase de proporción debía haber para dar por resultado sonidos armónicos o, por el contrario, inarmónicos. Todo este conocimiento fue a engrosar, en el futuro, la teoría de la terapia musical.
A su turno, Platón creía en el carácter divino de la música, y que ésta podía dar placer o sedar. En su obra La república señala la importancia de la música en la educación de los jóvenes y, poniéndose prescriptivo, llega a señalar cómo deben interpretarse unas melodías en detrimento de otras. Como quien dice: “La felicidad, de Ramón Ortega, no es conveniente. Ella ya me olvidó, de Fuad Jorge Juri, sí lo es.” Debe aclararse que se trata de ejemplos supuestos, ya que Platón no llegó a escuchar estos temas.
Los dos teóricos musicales más importantes de la Edad Media están en línea con lo previamente desarrollado por los griegos. Por un lado, en su obra Homilía San Basilio destaca que la música calma las pasiones del espíritu y modera sus desarreglos. El romano Severino Boecio retomaba, a su turno, en El fundamento de la música, las teorías de Platón en cuanto a la potencialidad de la música para ennoblecer o envilecer. La teoría “Palito & Favio”, si se quiere llamarla así, aunque es bueno aclarar que Boecio no le puso ese nombre. Ni hubiera podido, de haber querido.
En el Renacimiento, el flamenco Joannes Tinctoris estudió la influencia de la música en las personas, en su obra Efectum Musicae. En el Barroco resurge la teoría aristotélica del ethos, sobre todo a través del jesuita Atanasio Kircher, que en 1650 publica Misurgia universal, o “arte magna de los oídos acordes y discordes”. El autor presenta en esta obra un cuadro sistemático de los efectos causados por cada tipo de música. En el siglo XVIII se empieza a sistematizar la relación entre la música y la medicina. Los autores más relevantes de esa centuria son médicos: el francés Louis Roger, los británicos Richard Brocklesby y Richard Brown. Este último escribió una obra llamada Medicina musical, donde analizaba la relación entre la música y la salud. Sostenía por ejemplo que cantar no era bueno en casos de neumonía, pero sí de asma crónico. No está comprobado.
El cientificismo se profundiza en el siglo XIX. El médico Héctor Chomet escribió en 1846 La influencia de la música en la salud y la vida, donde analizaba el rol curativo y preventivo del arte de la lira. En La música en sus relaciones con la medicina, el catalán Francisco Vidal Careta establece que “la música es un agente que produce descanso, que es un elemento más social que el café y el tabaco, que deben establecerse orfeones y conciertos populares de música clásica, que habría que montar orquestas en los manicomios”. No fue en los manicomios sino en los hospitales que se empezó a utilizar la música con objetivos resueltamente terapéuticos. Esto sucedió durante la Primera Guerra Mundial, cuando las autoridades estadounidenses decidieron hacerlo en forma sistemática, para aliviar el sufrimiento de los combatientes heridos.
La práctica se continuó en la Segunda Guerra, con participación de voluntarios, no necesariamente médicos ni músicos. Médicos y enfermeras de hospitales ubicados en el frente europeo llamaron la atención sobre los progresos observados en los internos. Un dato significativo sobre el crecimiento de la actividad fue la fundación, en 1950, de la National Association for Musical Therapy, que impulsa la carrera de Musicoterapia en la Universidad. En otros países surgen asociaciones equivalentes: Inglaterra, Italia, España. En 1968, tras la celebración de las Primeras Jornadas Latinoamericanas de Musicoterapia, se funda también la asociación argentina. Desde ese momento, el crecimiento es incesante.